Escoger la ciudad de Nuremberg para los juicios a los líderes nazis no fue una casualidad. Núremberg era la ciudad donde se habían proclamado en 1935 la Ley para la Protección de la Sangre Alemana y la Ley de la Ciudadanía del Reich, además era el alma del nacionalsocialismo y la ciudad que los vio engrandecerse, por lo tanto, tenía que ser la ciudad que también los viera humillarse.
Tenían que pagar, algunos lo hicieron con sus vidas mientras que otros escaparon y nunca fueron encontrados. Los juicios de Nuremberg fueron los primeros en la historia en juzgar a presos por crímenes contra la humanidad.
Los cuatro líderes nazis ausentes eran las piezas más codiciadas, y tal vez por ello habían decidido quitarse de en medio por un lógico temor a caer en manos del Ejército Rojo: Hitler y su ministro de Propaganda Goebbels se habían suicidado en el búnker asediado de Berlín; Himmler –jefe de las SS y de la Gestapo, aunque fue detenido, también se había quitado la vida poco antes de iniciarse el proceso; y Martin Bormann, tal vez el lugarteniente más próximo a Hitler, había conseguido huir o también había muerto, aunque no se halló su cuerpo –desapareció la noche del 1 al 2 de mayo de 1945-, hasta décadas después.
Ya en los primeros años de la guerra, y a medida que se iban conociendo las atrocidades de los ejércitos invasores alemanes, sobre todo en Europa oriental, los aliados habían empezado a tomar en serio la posibilidad de “castigar a los criminales” al finalizar la contienda.
Así, en octubre de 1943 Churchill, Roosevelt y Stalin firmaron la “Declaración de Moscú”, donde quedaron asentados los cimientos para la creación de un futuro Tribunal.
En esta última Declaración, se acuerda que cuando llegue el momento de firmar un armisticio con el gobierno alemán, cualquiera que este sea, “los oficiales y soldados alemanes y los miembros del Partido nazi que sean responsables, o que hayan consentido atrocidades, masacres y ejecuciones serán reenviados a los países donde hayan cometido sus abominables crímenes para ser juzgados y castigados allí, conforme a las leyes de estos países liberados y de los gobiernos libres que se hayan formado”.
En cambio, “los criminales capitales”, cuyos actos no estaban vinculados a ningún territorio geográfico determinado, “debían esperar el fallo conjunto de los gobiernos aliados”.
Tras la liberación, los partisanos franceses e italianos —en ambos grupos abundaban los comunistas convencidos asesinaron hasta 8.000 sospechosos de colaboracionismo, a menudo con tropas aliadas en las proximidades. La guerra habia polarizado ambas naciones. En Francia, por ejemplo, los alemanes habían dado muerte a unos 60.000 resistentes, pero la aviación y la artlliería de los aliados habían matado a todavía más franceses, aunque fuese sin mala intención.
Los franceses también creían que Gran Bretaña los había abandonado en 1940 y los norteamericanos parecían ser meramente los nuevos títeres de los ingleses. Sin embargo, los franceses partidarios del régimen de Vichy habían sido aún más pérfidos al convertirse de buen grado en instrumentos de los nazis para la traición., la deportación y la muerte.
Hjalmar Schacht había sido el «mago económico» responsable de organizar la recuperación económica alemana durante la dictadura de Hitler. Nacionalista acérrimo, en 1937 se apartó del Führer a causa de los elevados gastos militares y en 1945 acabo en el campo de concentración de Dachau.
Las autoridades norteamericanas y británicas en Alemania trataron de comprar un poco de perdón de los franceses deteniendo a sospechosos de colaboracionismo —como, por ejemplo, los miembros franceses de las Waffen SS— y envegándolos a la justicia francesa. Los tribunales que actuaban bajo el draconiano Código Napoleónico no tuvieron ningún problema para condenar a 200.000 franceses por colaboracionismo y ejecutar a 2.000, entre ellos al jefe del gobierno de Vichy, Pierre Laval. Sin el estorbo de ninguna ley de prescripción, los tribunales franceses juzgaron y condenaron a partidarios de Vichy hasta entrado el decenio de 1990.
En toda Europa, los tribunales nacionales y las comisiones de investigación de los gobiernos buscaron colaboracionistas entre los escombros, tanto para castigarlos por sus crímenes pasados como para decapitar a cualquier movimiento político neofascista que tratara de sacar provecho del desorden la posguerra, como había sucedido en los años veinte. Noruega emprendió actuaciones judiciales contra 18.000 personas y ahorcó a Vidkun Qinsling. Los holandeses investigaron a 150.000 personas que estaban detenidas condenaron a 66.000 por colaboracionismo y crímenes diversos. Los belgas enviaron a miembros de la familia real al destierro interno y condenaron a 77.000 de sus 87.000 sospechosos de actos pro nazis. Los austríacos, que ansiaban probar que en realidad eran un pueblo sojuzgado y, por tanto, se les debía eximir de una larga ocupación aliada, juzgaron a 9.000 nazis y ejecutaron a 85 de ellos. Hasta los ingleses ahorcaron a dos de sus ciudadanos por traición.
Wilhelm Frick había sido ministro del Interior del gobierno hitleriano entre 1933 y 1943. Negó toda clase de responsabilidad en el aparato de terror y en el antisemitismo. Según dijo a sus interrogadores, cuando visitó el campo de concentración de Sachsenhausen, en 1937, lo encontró todo «en un orden y un estado perfectos».
Mientras los europeos ajustaban sus propias cuentas, los aliados occidentales trataron de castigar los crímenes del Tercer Reich y desmantelar todo lo que quedaba de la organización civil y política nazi para demostrar que los comunistas no tenían el monopolio del castigo. En la zona soviética, las autoridades llevaron a cabo su propia versión de la desnazificación y sencillamente ejecutaron a los sospechosos o los enviaron a los campos de trabajo del Gulag, de donde nunca volverían. Los aliados occidentales actuaron con más decoro y creciente clemencia, pero bajo la dirección norteamericana y británica, la desnazificación avanzó con prisa desacostumbrada. Después de investigar a casi 14 millones de sospechosos, las autoridades de ocupación norteamericanas ordenaron procesar a 600.000 alemanes y casi todos ellos fueron condenados. Unos 31.000 alemanes fueron a la cárcel, mientras los demás soportaban alguna combinación de confiscación de propiedades, multas, pérdida de empleo gubernamental y algún tipo de prohibición ocupacional. El general George Patton también se quedó sin empleo —comandante del 3o ejército de Estados Unidos— debido a su franca falta de entusiasmo por la desnazificación.
Rudolf Hess, lugarteniente de Hitler entre 1933 y 1941, durante el proceso. A los diez días de comenzado el juicio le desapareció la amnesia que le había impedido interrogarlo debidamente, aunque le reapareció tiempo después. La comisión de expertos nombrada por el tribunal dictaminó que Hess se permitia una "consciente exageración de su pérdida de memória". Al final fué juzgado como los demás
Los aliados, siguiendo lo acordado en la Declaración de Moscú de octubre de 1943, procesaron a los líderes nazis que seguían vivos por su responsabilidad criminal al empezar la guerra y dirigirla recurriendo a la barbarie. En agosto de 1945, Estados Unidos, Gran Bretaña, Francia y la Unión Soviética se pusieron de acuerdo sobre las categorías de crímenes y una estructura para el procesamiento, el Tribunal Militar Internacional, que se convoco en Nuremberg en octubre de 1945. Veintidós nombres de líderes nazis constaban en las listas de inculpados y 21 de éstos se hallaban físicamente presentes en el banquillo de los acusados. El único líder juzgado en rebeldía fue Martin Bormann, el asesor político más allegado a Hitler. (Suicidado ya en 1945, los restos de Bormann no se encontraron hasta 1972.) Después de un año de declaraciones de testigos y sutilezas judiciales, los cuatro jueces —uno por cada potencia convocante— declararon a 19 de los acusados, entre ellos Bormann, culpables de por lo menos una de las cuatro categorías de crímenes:
1) conspirar para empezar una guerra de agresión
2) empezar la guerra cometiendo «crímenes contra la paz»
3) participar en comportamiento criminal en la dirección de la guerra
4) cometer «crímenes contra la humanidad».
Desde el punto de vista político resultó ser menos comprometedor y más fácil demostrar la culpabilidad de los alemanes en los cargos 3 y 4, toda vez que no planteaban ningún interrogante serio sobre el apaciguamiento por parte de los aliados ni la colaboración temporal, como en el Pacto de No Agresión nazi-soviético de 1939.
A través de las declaraciones de los acusados y de los testigos se reconstruyó la etapa más negra que ha vivido la Humanidad desde que se tiene memoria.
Se repasaron sucesos previos a la guerra como el incendio del Reichstag en febrero de 1933 o la Noche de Cristal en noviembre de 1938.
Se habló de la anexión de Austria, de los Sudetes, de Checoslovaquia entera; la invasión de Polonia y las atrocidades cometidas contra la población judía en el guetto de Varsovia.
Se habló de la Operación Barbarroja y la invasión de la Unión Soviética rompiendo el Pacto Germano-Soviético de 1939; las técnicas de despoblación, las ejecuciones masivas, las aberrantes prácticas médicas con enfermos y deficientes mentales y, sobre todo, la creación y puesta en práctica de los campos de concentración y de exterminio.
La proyección de diapositivas y películas y, sobre todo, los testimonios de algunas víctimas fueron especialmente emocionantes.
Uno de los objetivos del Tribunal era la divulgación de los crímenes más horrendos que han visto los siglos; sin duda, este objetivo se consiguió. La segunda parte, esto es, “para que no vuelvan a repetirse”, quedó pronto obsoleta.
El general Wilhelm Keitel era jefe del OKW y portavoz ante el ejército de las ideas y deseos del Führer. De personalidad débil, estampó su firma en las célebres «órdenes criminales» de 1941 que permitieron que soldados alemanes mataran a miles de comisarios políticos, guerrilleros y judíos
Los jueces, los fiscales y los defensores también sabían que estaban sentando precedentes para el Derecho internacional al ampliar los conceptos de la criminalidad en el uso de la fuerza para fines de Estado. Dada la clara política genocida de la Alemania nazi —ejecutada por todos los organismos del sistema de seguridad nazi y por toda la Wehrmacht— la culpabilidad colectiva de los acusados todavía parece justificada en términos morales (aunque no rigurosamente jurídicos). Once nazis fueron al patíbulo y los restantes siete ingresaron en la cárcel para cumplir condenas que oscilaban entre cadena perpetua y diez años. El acusado más conocido, Hermann Goering, se suicidó con una cápsula de veneno que llevaba oculta entre los dientes y burló así a su verdugo norteamericano. Los que recibieron las sentencias más leves —Albert Speer (20 años), Karl Dónitz (10 años) y Konstantin von Neurath (15 años)— ya habían recuperado la libertad en 1966 y vivieron hasta entrados los años ochenta. Rudolf Hess, el ayudante político de Hitler hasta su quijotesca huida a Gran Bretaña en 1941, permaneció encarcelado hasta su muerte, acaecida en 1987 a los 93 años de edad, principalmente para apaciguar a los rusos.
Los condenados a morir en la horca fueron:
-Hermann Goering, fundador de la Gestapo, se suicidó ingiriendo una cápsula de cianuro y evitó así ser ejecutado por sus enemigos.
-Julios Streicher.
-Wihelm Frick –ministro del Interior en 1933 y feroz protector de Bohemia-Moravia-.
-Joachim von Ribbentrop –ministro de Asuntos Exteriores y firmante del pacto germano-soviético-.
-Ernst Kalten-brunner –jefe de Policía de Viena y sucesor de Heydrich tras la muerte de éste-.
-Fritz Sauckel –organizador de deportaciones masivas de trabajadores de los países ocupados por Alemania-.
-Wilhelm Keitel –comandante supremo de la Wehrmacht desde 1938 y partícipe en las masacres contra judíos y rusos durante la guerra-.
-Alfred Jodl –adjunto de Keitel y firmante de innumerables condenas de muerte-.
-Arthur Seyss-Inquart –gobernador general de Cracovia y comisario del Reich para los Países Bajos desde 1940-.
-Martin Bormann –en rebeldía-.
-Hans Frank –gobernador general de Polonia-.
-Alfred Rosenberg, autor de libelos antisemitas seudocientíficos y ministro de los Territorios del Este desde 1941.
Cadena perpetua:
Rudolf Hess –prisionero en Spandau, se suicidó en 1987-, Walter Funk –presidente del Reichsbank, puesto en libertad en 1957- y Erich Raeder –comandante en jefe de la Armada, puesto en libertad en 1955- fueron condenados a cadena perpetua.
El resto de los acusados, fueron condenados a penas que oscilaban de los 10 años a Kart Dönitz –sucesor de Hitler el 30 de abril de 1945-, a los 15 años al barón Konstatin von Neurath –ministro de Asuntos Exteriores durante la remilitarización de Renania y la anexión de Austria, puesto en libertad en 1954-, a los 20 años a Albert Speer y a Baldur von Schirach –Gauleiter de Viena en 1940 y autor de deportaciones masivas de judíos.
Hermann Goering, «El gordo» generalmente tenido por el personaje más importante del grupo de criminales de guerra, fotografiado en su celda de Nuremberg. No se molestó en disimular su responsabilidad ni en negar la larga lista de hechos que le imputó la acusación.
Así las cosas, la noche del 15 al 16 de octubre se ejecutaron las sentencias de muerte en el viejo gimnasio de la cárcel anexa al Palacio de Justicia de Núremberg.
El verdugo era el sargento mayor John C. Woods, de San Antonio, Texas. La consigna es que se produjeran de la forma más apresurada posible. El primero fue von Ribbentrop; el último, Seyss-Inquart.
La sorpresa se produjo cuando fueron a buscar a Goering a su celda y lo encontraron muerto.
Las cenizas se lanzaron al río
Los cadáveres fueron llevados al crematorio de Munich y se incineraron. Las cenizas se arrojaron a las aguas del río Isar “para evitar que pudiera levantarse allí un monumento”.
Si antes y durante el Proceso de Núremberg se plantearon toda serie de objeciones legales a la esencia del Tribunal Militar Internacional, todos los especialistas tienen claro que constituye un valiosísimo precedente jurídico para la posteridad.
Mientras la tensión con la Unión Soviética iba en aumento después de 1946, los ingleses y los norteamericanos continuaron ejerciendo sus prerrogativas para procesar a criminales de guerra al amparo del Derecho internacional en Alemania, al tiempo que Francia celebraba más procesos en sus propios tribunales. Muchos de los procesamientos se basaban en los cargos 3 y 4, pero , los procesos norteamericanos, celebrados también en Nuremberg en 1946-¡ 1949, seguían tratando de demostrar que los jefes de la Wehrmacht y de la industria alemana eran criminalmente responsables de actos que infringían los cargos 1 y 2, incluido el haber servido en organizaciones que perpetraban actos criminales. Este procesamiento agresivo dio resultados diversos. De los 185 acusados, no se pudo condenar a 54, otros 24 fueron al patíbulo y 107 recibieron penas de cárcel.
La guerra fría pronto pervirtió y acortó los esfuerzos por tender una red amplia sobre la sociedad alemana con el fin de atrapar a más responsables de atrocidades nazis.
El general Alfred Jodl, jefe de Operaciones del cuartel general supremo de Hitler Era un técnico militar que en Nuremberg seguía convencido de que Hitler había sido «un gran jefe militar».
Después de 1949 el nuevo gobierno germanooccidental, apoyado ahora por los aliados occidentales como baluarte contra el comunismo, recibió jurisdicción para supervisar a los criminales de guerra que estaban en la cárcel. Ansiando olvidar el pasado, los políticos germanooccidentales se mostraron clementes y aceptaron las alegaciones de oficiales y funcionarios en el sentido de que no habían hecho más que cumplir órdenes o no habían tenido conocimiento de los crímenes cometidos por otros. Los norteamericanos incluso aceptaron al general Reinhard Gehlen y su organización deinteligencia, los Ejércitos Extranjeros del Este, que con tanta frecuencia habían interpretado erróneamente las intenciones del enemigo, como base para su ofensiva de espionaje contra los soviéticos.
Pocos de los que fueron condenados a penas de cárcel por tribunales occidentales cumplieron la totalidad de la sentencia, excepto los condenados en el Proceso de los Principales Criminales de Guerra en Nuremberg, y estos últimos en gran parte como resultado de la intransigencia soviética. A algunos condenados a muerte se les conmutó la pena. Las «razones de Estado» se encargaron de que el pasado desagradable desapareciera pronto de la conciencia pública mientras las potencias occidentales procuraban convertir la República Federal de Alemania en miembro político y militar de la OTAN. Y así fue como la gran mayoría de los culpables —los hombrecillos que habían hecho posible todo lo sucedido— vivieron hasta el fin de sus días como funcionarios, hombres de negocios, médicos, agricultores, trabajadores o incluso militares. La justicia sucumbió ante la conveniencia.
El coronel Burton C. Andrus, jefe de seguridad del campo de Ashcan y de Nuremberg. Era responsable del bienestar y disciplina de los prisioneros, a los que impuso un régimen inflexible y eficaz. Según dijo a un visitante, todos estaban «chiflados».
Sin embargo, la disminución de la búsqueda oficial de criminales de guerra nazis por parte de los anglo-norteamericanos no fue garantía de seguridad para los peores fugitivos alemanes. Las autoridades aliadas calcularon que hasta 20.000 criminales de guerra alemanes lograron escapar en medio del caos de 1945 y reaparecieron en América Latina o en Oriente Medio e incluso en ciudades norteamericanas— con identidades nuevas. De algunos, como Heinrich Müller, jefe de la Gestapo, se sigue sin saber nada. Otros murieron viejos. El doctor Josef Mengele, cuyos experimentos médicos con prisioneros de Auschwitz deshonraron su profesión, murió en Brasil a la edad de 66 años. El coronel de las SS Otto Skorzeny, el comando preferido de Hitler, se fugó de la cárcel en Alemania y organizó Odessa, la red de nazis que sacaba clandestinamente a sus camaradas de Europa. Skorzeny vivió rodeado de riqueza en España hasta 1975, año de su muerte. Otros notables nazis no encontraron refugio total.
Fritz Sauckel fue el cerebro que organizó durante la guerra el masivo reclutamiento forzoso de mano de obra extranjera en Alemania. En el interrogatorio repetía que sólo era un funcionario que obedecía órdenes. Según él, se trataba a los trabajadores extranjeros igual que a los alemanes.
Trabajando con Simón Weisenthal, el Javert de los perseguidores de nazis, agentes de los servicios de inteligencia israelíes encontraron y secuestraron a Adolf Eich-mann en Argentina para que fuera juzgado en Israel por haber dirigido la puesta en práctica de «la Solución Final». Eichmann subió al patíbulo en 1962. El teniente coronel de las SS Joachim Peiper, cuyas tropas ejecutaron a 71 soldados norteamericanos durante la batalla de las Ardenas, murió en el misterioso incendio de una casa en Francia mucho después de la guerra. El jefe de la Gestapo en la ciudad francesa de Lyon, Klaus Barbie, se ganó el título de «carnicero» por su afición a la tortura. Una de sus víctimas fue Jean Moulin, líder de la resistencia con una reputación sólo un poco menos heroica que la de Juana de Arco.
El leal ayudante de Barbie era un capitán de la policía del régimen de Vichy en Lyon llamado Paul Touvier. Las autoridades francesas localizaron a Barbie en Bolivia, lo trajeron a Francia tras ser declarado culpable de crímenes de guerra, en 1987 le encerraron en la cárcel, donde pasó la poca vida que le quedaba. Después de morir Barbie en 1991, agentes franceses encontraron a Touvier, que en 1994 fue declarado culpable de crímenes contra la humanidad y condenado a cadena perpetua. Incluso 55 años después todavía hay personas que quieren saldar cuentas pendientes con los nazis.
Video: Los Líderes Nazis en Nuremberg
Los Criminales de Guerra Nazi
Publicado por Daniel 0:09
Etiquetas: miscelanea, politica