La Economía en el Tercer Reich



Una revisiòn sobre el rumbo econòmico del Tercer Reich. Una de las políticas del gobierno nazi fue ocuparse de la regulación de los precios de bienes y servicios, a conciencia de que tal intervención permitiría no sólo ejercer a plenitud, sino también acentuar progresivamente, el dominio económico del Estado sobre la sociedad. Ya lo decía Herman Goering, principal administrador de la economía de compulsión nazi: “Controlar precios y salarios, implica no sólo controlar el trabajo de la gente, sino también sus propias vidas”.

Los nazis acabaron conquistando el apoyo de la mayoría de los alemanes (clase obrera incluida). al presentarse con un programa tan popular como decidido, Los judíos sirvieron como chivo expiatorio tanto de la derrota en la guerra como de la crisis económica. Además al prometer a los tenderos, a los abogados, a los médicos, etc., la eliminación de los competidores judíos los nazis dispararon la codicia de mucha gente y supieron capitalizar el odio y el resentimiento contra una minoría fácilmente identificable. Es curioso que la minoría judía jamás fue identificada racialmente –desde luego no había bases fisiológicas que lo permitieran-, sino a través del examen de los registros públicos que desde mucho tiempo atrás se llevaban separadamente para anotar los nacimientos, matrimonios y fallecimientos de los fieles de las diversas religiones. El empobrecimiento de la clase media durante la hiperinflación, el desempleo generado por la crisis del 29 y el miedo al bolchevismo sólo contribuyeron al triunfo del nazismo en la medida en que las ideas nacionalistas y socialistas, enormemente populares previamente, fueron aceptadas en esos momentos de desorientación y crisis como panacea impostergable.

Congelación

En noviembre de 1936 -tres años antes de provocar la Segunda Guerra Mundial (1939-1945)-, el régimen nazi decretó la congelación de todos los precios, tanto regulados como libres, vigentes en Alemania hasta el mes anterior. Tal operación de manipulación y control se conoce como “economía de compulsión nazi” y fue congruente con el hecho de que, desde un comienzo, buena parte de la economía del Tercer Reich fue orientada hacia el armamentismo.

Entre los principales elementos de sustentación conceptual y funcional de la Economía de Compulsión Nazi cabe mencionar los siguientes:

1. El objetivo principal fue el de crear las bases para la construcción de la economía de guerra que sirviera de soporte fundamental al proyecto totalitario, expansionista y belicista de Hitler. Pero el resultado concomitante que se logró fue también importante para el régimen: Como producto de su ejecución, toda la economía alemana pasó a estar al servicio de los designios políticos del Führer, que incluían por supuesto su concepción de la guerra como el medio de hacer realidad sus delirios totalitarios, belicistas y expansionistas.

2. Por lo dicho antes, para el régimen nazi el control de precios, más que consistir en una medida de mero carácter coyuntural, constituía un elemento estructural fundamental de su proyecto totalitario a lo interno de Alemania, y belicista y expansionista como objetivo fundamental de su política exterior.

3. En virtud de los amplios, profundos y severos efectos que la economía de compulsión habría de tener sobre la sociedad alemana, el régimen nazi prestó especial atención a su formulación como política, a la organización de su aplicación y al diseño de los aspectos concretos de su ejecución, creando para el soporte de esta última medidas draconianas contra la resistencia de cualquier sector afectado.

4. Toda la gestión gubernamental realizada en función de la economía de compulsión fue enmascarada por los nazis con lemas o consignas de pretender “proteger” y “favorecer” al pueblo alemán. Con similar máscara se encubrió la verdadera naturaleza y propósito fundamental de su régimen (totalitarismo implacable), embanderándolo con el hermoso nombre de “nacional socialista” (elevado patriotismo con acendrada sensibilidad social).

La Compulsión Sistemática



El 26 de noviembre de 1.936, la Administración del III Reich decretó la congelación en el nivel existente el 17 de octubre de ese mismo año, de todos los precios "administrados" o libres, existentes en Alemania. Dicha medida no era más que el colofón del proceso de "domesticación de precios" que venía sufriendo Alemania desde la llegada al poder de los nazis casi cuatro años antes.

La Zwangswirtschaft o economía de compulsión nazi acabaría pasado a la historia por su sistemática y elaborada naturaleza, así como por las draconianas medidas que acompañaron su aplicación. Nunca antes y quizás tampoco nunca después, había visto el mundo algo similar. La explicación seguramente se encuentra en el hecho de que para los nacionalsocialistas el control de los precios no tenía la consideración de una medida coyuntural, sino que estaba enraizada en su proyecto político totalitario y belicista. Como confesaba Herman Goering, el principal administrador de la Zwangswirtschaft junto a Hjalmar Schacht y Walter Funk, en 1946 a un corresponsal americano: "Controlar los precios y salarios, implica no sólo controlar el trabajo de la gente, sino también sus propias vidas. Ningún país puede conformarse sólo con hacer parte del trabajo."

En efecto, Hitler se valió de la economía de compulsión para construir la economía de guerra que constituía el núcleo central de su programa. La enorme cantidad de recursos que los nazis necesitaban vampirizar de la economía alemana, iba a ser obtenida mediante el viejísimo procedimiento de imprimir papel moneda para el gobierno en grandes cantidades. Incluso la gente poco versada en economía sabe que dichas prácticas producen la subida generalizada de los precios, por el desajuste entre una demanda incrementada y una oferta constreñida por limitaciones de naturaleza más poderosa que la disponibilidad de tinta papel y sello.

Los nazis tenían claro que tras la experiencia de la hiperinflación alemana del 23, con la gente especialmente sensibilizada a los incrementos de precios, estas prácticas inflacionistas podían significar una creciente impopularidad. Es por ello que Schacht comienza a establecer sucesivamente precios máximos sobre aquellos artículos que van viéndose afectados por la inflación. Una vez que el gobierno se embarca en controlar precios, el proceso de compulsión ya no se detiene. La combinación de más dinero en las manos del gobierno y del público, con los precios invariables tipificados para algunos productos, hace que la oferta ya no pueda satisfacer a todos aquéllos que están dispuestos a pagar el precio que se pide. Aparecen así sucesivamente las colas, los desabastecimientos, la acumulación por parte de los consumidores de cualquier producto que tienen la suerte de encontrar en las tiendas, se tenga o no necesidad perentoria de él y finalmente el racionamiento. El economista francés Jacques Rueff relataba con una anécdota cómo funcionaba la política económica alemana: "Durante mi visita a Schacht le comunicaron que ya no era posible encontrar bañeras en ninguna tienda. Bien, dijo Schacht, mañana publicaremos en el Boletín Oficial su racionamiento."

Pero si por el lado de la demanda, los precios máximos creaban desequilibrios, por el lado de la oferta, los efectos eran todavía más devastadores. El establecimiento de precios máximos se produjo inicialmente en el área donde las quejas de la población eran más intensas (bienes de consumo de gran demanda), mientras que el precio aún no controlado de los factores que servían para su producción, iba incrementándose y situando en pérdidas a los empresarios de estos sectores. Con el fin de escapar de la quiebra, los productores redujeron la calidad de los productos primero y comenzaron a abandonar la producción, después. Para evitarlo, el control de precios se extendió a los factores productivos. Posteriormente, en aras de evitar la desviación de estos factores hacia otros sectores donde los precios de consumo no estaban controlados y por tanto el margen entre costes congelados y precios en aumento era más atractivo, los controles de precios y también los racionamientos, fueron extendiéndose prácticamente a todos los bienes y servicios fueran de consumo, capital, materias primas o trabajo.



Paradojas del destino, conviene señalar que Schacht vio enormemente facilitada su labor por el legado económico que recibió de las políticas socialdemócratas de la República Weimar. Por ejemplo, cuando los nazis alcanzaron el gobierno se encontraron con un sistema bancario ya nacionalizado de facto, que utilizaron a su antojo para generar el crédito inflacionario. La "nacionalización" había sido resultado del proceso de rescate de la maltrecha banca alemana con fondos públicos inyectados a cambio de masivas participaciones en el capital de dichos bancos. Igualmente, los nazis heredaron una industria cartelizada por las regulaciones que permitiría controlar los precios a gran escala, un fortísmo poder sindical que ya impedía la negociación laboral al margen del síndicato y un sistema de arbitraje gubernamental en caso de discrepancias entre sindicatos y empresas, que en realidad significaba la posibilidad de fijar los salarios "políticamente". Con dicho instrumental, en muy poco tiempo toda la economía alemana pasó a servir los designios políticos de Hitler.

Cambiar la naturaleza de las acciones humanas y por tanto las leyes de la economía es algo que no está en manos de un gobierno, por muy poderoso que éste sea y por mucha violencia que utilice. Ni siquiera los nazis pudieron evitar que apareciesen uno tras otro, todos los efectos que inevitablemente acaban acompañando a la inflación reprimida mezclada con socialismo. Aparecieron los mercados negros y la corrupción de los burócratas que asignaban y desviaban factores productivos para atender dichos mercados. Un fenómeno bien ilustrado por ejemplo en La lista de Schindler. Es curioso advertir que entre los factores que se desviaban estaba la mano de obra esclava y es que, la existencia de ésta, es requisito imprescindiblle para hacer funcionar una economía socialista en la que los salarios no pueden subir y atraer a los trabajadores a las ocupaciones más necesarias, aunque estas sean desagradables. Apareció así, el fenómeno de la militarización del trabajo del que había hablado Marx y ya había implementado Trotski.

La uniòn de dos poderes


Como siempre que se imponen los controles de precios, se generalizó el trueque y también la venta de "paquetes de productos" que mezclaban productos con precio controlado con otros de precio libre, sobre los que se producía la negociación. Reisman relata en The Vampire Economy, con una anécdota, cómo fijaba sus precios un pequeño criador de cerdos. El cerdo se vendía como era obligatorio al precio establecido por las autoridades. Nuestro hombre exigía sin embargo, como condición para la venta, la adquisición al mismo tiempo de un perro por un precio que poco tenía que ver con el valor del can, pero sí mucho con el valor real del puerco. El comprador solía abandonar el perro a pocos kilometros y éste acaba reuniéndose con su dueño, listo para entrar en una nueva operación.

Lejos de constituir el peor aspecto del problema, los mercados negros sirvieron para evitar el caos absoluto de los desabastecimientos. Eso sí, a costa de convertir a millones de personas decentes, en infractores de la ley. En sus etapas finales, la economía alemana absolutamente devastada por la guerra, se encontraba con paradojas como que, en medio de un hambre generalizada, un sombrero (sin precio controlado) costaba millones de veces más que una hogaza de pan (sobre la que sí existía precio máximo).

La Economía Suiza colaboró con el Nazismo



Los industriales y empresarios de las ramas de la electricidad y de ferrocarriles contribuyeron con las potencias del Eje. “Muchos industriales suizos desarrollaron durante el nazismo buenas relaciones con Alemania, con lo que colaboraron al despegue de la economía de ese país y, de esa manera, sostuvieron al régimen nazi”, destacan las investigaciones del grupo de historiadores e investigadores.

Medio centenar de especialistas, reunidos bajo la égida de François Bergier estudian desde 1996 el papel que jugó Suiza durante la Segunda Guerra Mundial. En particular, el volumen y destino de los bienes que transitaron por este país antes y después de la guerra (en la época del nacional-socialismo).

Para algunos dirigentes de empresas suizas no constituyó una preocupación el hecho de emplear trabajadores forzados en sus filiales alemanas. Esas empresas se plegaron a la política racista de los nazis reemplazando a sus dirigentes judíos por ‘arios’. El informe sobre la industria química demuestra, sin embargo, las diferencias de actitudes según las firmas.

El grupo financiero de Basilea, Interhandel, antigua filial del gigante químico alemán IG Farben, absorbido por la UBS en 1967, es un caso particular. Las pesquisas que lo abordaron dan cuenta de una serie de indicios en torno a una estrecha colaboración con el sector empresarial nazi durante la guerra.

El suministro de energía eléctrica representa una de las principales colaboraciones de la economía suiza al Tercer Reich. Las investigaciones en esta área muestran, sin embargo, que la Confederación Helvética rehusó incrementar el abastecimiento a pesar de las crecientes demandas alemanas durante la guerra.

El tránsito ferroviario a través de Suiza constituye otro servicio prestado a las naciones del Eje. Alemania pudo de esa manera entregar grandes cantidades de carbón a Italia, sin excluir el tránsito del material bélico. El estudio sobre el particular pone también de relieve que más de 180.000 trabajadores italianos fueron llevados a Alemania a través de Suiza.

Esos transportes se suspendieron luego de la ocupación de la península en 1943.
De acuerdo con otro informe, el sistema de compensación ‘clearing’ aplicada por el reglamento de intercambios comerciales suizos con Alemania e Italia permitió a esos países financiar sus compras, en particular las militares, sin tener que recurrir a sus reservas de divisas.

En efecto, durante la guerra, Suiza otorgó a esos países créditos ‘clearing’ por un total de 1,3 mil millones de francos. En compensación, las empresas suizas podían exportar sin riesgo.

Suiza sirvió también de puente para los bienes culturales procedentes de Alemania y de los territorios ocupados. El reporte respectivo indica no obstante, que Suiza acogió más objetos de arte que sus propietarios legítimos querían salvar (bienes en fuga), que obras robadas por los nazis (bienes espoleados).

Un estudio realizado por la Universidad de Zúrich muestra que la prensa suiza de la época casi no criticó los lazos económicos con Alemania. Tampoco el asunto de los refugiados fue considerado como un problema político y los ocho periódicos analizados apenas le dieron un trato marginal.

La mayor parte de las personas que desempeñaron algún papel durante esa época no actuaron por convicción ideológica, según reveló el presidente de la Comisión, Jean-Francois Bergier en su introducción.

Los empresarios suizos tenían en cuenta la suerte de sus negocios ante la perspectiva incierta de la post-guerra. Señala que son pocos aquellos que amasaron un verdadero “provecho de la guerra”.

Subrayó asimismo que los compromisos contraídos por los dirigentes suizos públicos o privados, no modificaron la determinación nacional de independencia, democracia y federalismo. Por el contrario, añadió, se observó, desde una política pragmática, y en medio de equilibrios precarios, una garantía de esos valores.