La suerte del guardia nazi John Demjanjuk se verà en la corte de Munich

John Demjanjuk, en 1992, durante el juicio celebrado en Israel en el que fue absuelto


La barbarie tenía el carné número 1.393

Un tribunal alemán determinará si John Demjanjuk participó en la muerte de 29.000 judíos en un campo nazi

La crueldad de los guardias ucranios durante el acarreo de judíos hacia las cámaras de gas de Sobibor (Polonia), a patadas y bayonetazos, será nuevamente recordada por el único sobreviviente de aquel campo de exterminio: Thomas Blatt, de 82 años, testigo de cargo contra el ucranio John Demjanjuk, de 89, extraditado de Estados Unidos a Alemania para responder por la muerte de 29.000 judíos entre 1942 y 1943. "¡Agua!", avisaba un operador nazi cuando el gas fluía hacia las cámaras donde hombres, mujeres y niños eran envenenados en tandas de 1.300. El procesado sería, según la fiscalía alemana, el sádico carcelero del campo donde fueron gaseados 250.000 prisioneros.

El testigo Blatt asegura que nada conmovía a aquel guardián, ni siquiera las involuntarias deposiciones de las mujeres agolpadas en los pasillos de acceso a las cámaras cuando escuchaban los gritos de sus padres, maridos o hijos mientras perdían la vida a metros de distancia. Ellas serían las siguientes. El juicio de Múnich habrá de determinar si John Demjanjuk es el hombre que sobrepasó en ferocidad a los pelotones ucranios capaces de matar a capricho y torturar a un grupo de judíos polacos que no supieron cantar en ruso, tal como se les exigía. Figura en la lista de criminales de guerra más buscados del Centro Simón Wiesenthal.

"Sin la ayuda de los cien ucranios de Sobibor, los 30 alemanes de las SS [la policía política del régimen nazi] no hubieran podido asesinar a 250.000 judíos. Eran aterradores", declaró Blatt, quien tenía 15 años cuando se produjeron las matanzas en el campo de Sobibor. Los cien del terror fueron soldados del Ejército Rojo hasta su captura en Crimea por los alemanes durante la invasión de Rusia, en 1941, y los cien ofrecieron su activo antisemitismo a los nazis. El reo de crímenes contra la humanidad no fue una víctima de los alemanes, un prisionero de guerra más, como argumenta su defensa, sino un verdugo de 23 años al servicio de las temidas SS: un peón de la poderosa maquinaria militar y de seguridad del Tercer Reich.

Extraditado el pasado día 12 desde Ohio, donde residía desde 1952, Demjanjuk ingresó en la cárcel muniquesa de Satrandelheim reiterando su inocencia, invocada durante 32 años de procesos judiciales en su contra. Estados Unidos le retiró la nacionalidad en el año 2002 por haber mentido para obtenerla. En 1948 escribió en un formulario que había sido granjero en Sobibor. "Hay una montaña de evidencias de que fue guardián de varios campos", subrayó un funcionario del Ministerio de Justicia de EE UU. Un tribunal israelí le condenó a muerte en el año 1988 al ser reconocido por cinco sobrevivientes como el Iván el Terrible del campo de Treblinka (Polonia), donde murieron 850.000 prisioneros. Fue liberado cinco años después de que el tribunal dudara al recibir nuevos datos de los archivos rusos: el testimonio de 32 guardianes que mencionaron a otro como el carnicero.

"Se están equivocando de persona. Añoro a mi esposa, a mi familia, a mis nietos y quiero acabar mis días con ellos", afirmó siempre Ivan, John en EE UU, jubilado del sector del automóvil. Blatt entiende que quiera estar con su familia: "Tiene la suerte de tenerla. Yo no". La perdió en las cámaras de gas: padre, madre y un hermano de diez años. Nadie sería capaz de reconocer una cara después de 66 años de cambios, advirtió ante la inminencia del juicio, pero está seguro de que fue uno de los carceleros. "No eran guardianes. Eran asesinos que se convirtieron en guardianes para vivir mejor", indicó.

¿Y cómo vivían mejor? ¿Cómo pagaban a las prostitutas? El salvajismo de los látigos, porras y bayonetas de los esbirros ucranios complacía a sus mandos nazis, que les permitieron lucrarse con la desgracia de los judíos, a quienes exigían joyas y dinero a cambio de piedad; si nada tenían, robaban las pertenencias de los muertos, apiladas en almacenes. Algunos acudían a los hornos crematorios a sabiendas de que entre las cenizas humanas habrían de encontrar los anillos o monedas de oro tragadas por las víctimas para salvarlas.

La fiscalía alemana no le imputa haber sido el Iván el Terrible de Treblinka, pero sí el guardián de Sobibor. Se estima que alrededor de dos millones de judíos murieron fusilados y en las cámaras de gas repartidas en la Polonia ocupada. Había unos 5.000 ucranios como John Demjanjuk adscritos a los batallones de las SS. Todos ellos recibieron entrenamiento y sus nombres aparecen en los archivos de la desaparecida URSS, que ejecutó a 15.

El cometido de esas criminales escuadras fue expulsar a los judíos de los guetos y empujarles hacia los trenes, rumbo a las cámaras de gas. Quinientos, entre ellos Demjanjuk, recibieron licencia para matar, según los datos de la fiscalía. Un número tatuado en el sobaco izquierdo, que el procesado habría borrado, les identificaba como servidores de las SS. La prueba clave contra el abuelo John Demjanjuk es el documento de identidad expedido por sus monitores nazis: carné número 1.393, con foto de Demjanjuk, nombres correctos de padres, color del pelo y registro de la cicatriz de una herida en la espalda cuando era soldado del Ejército Rojo. La cartulina le sitúa en Sobibor, no en Treblinka.

Las bestialidades de aquellos guardianes ucranios fueron detalladas por el ex oficial nazi Franz Suchomel durante su entrevista, hace 25 años, con el documentalista francés Claude Lazman. En esta ocasión, el ex oficial nazi hablaba de Treblinka: "Después de separarlos por sexo y ordenarles que se desnudaran tras bajar de los trenes, la técnica consistió en acelerar el proceso golpeando a todos para que nadie se resistiera y corrieran en la dirección de las cámaras de gas", donde morirían. "Haciéndoles correr aumentaban los latidos del corazón y el proceso [la muerte] era más rápido". Los pasajeros de algunos convoyes nada sabían sobre su destino y algunas adolescentes judías, cuando acudían al barbero para el pelado de la muerte, pedían, por favor, un corte de pelo no demasiado corto.

Por: Juan Jesùs Aznàrez, El Paìs