Entrevista con el actor Viggo Mortensen



El neoyorquino interpreta en 'Good' a un profesor alemán seducido por el nazismo antes de la II Guerra Mundial. A continuaciòn, una pequeña entrevista.

Habla en susurros y, a diferencia de otras estrellas, parece no querer terminar jamás la entrevista. Pronto lo veremos en Good, embutido en un uniforme nazi.

Otra película sobre los nazis. ¿Qué aporta de nuevo Good?

Quien no conozca la obra de teatro original puede pensar que es una película más, pero no es así. No habla de gente extraordinaria, sino que, muy sutilmente, provoca una sensación especial: ni los alemanes eran tan malos ni podemos estar seguros de que no habríamos hecho lo mismo en su situación.

¿Cuál era esa situación?

Los años treinta, cuando los nazis llegaron al poder y Hitler era visto de una forma diferente. La esvástica era lucida con orgullo por ancianos y niños felices. No sólo Alemania estaba rendida a Hitler: también Inglaterra, España o EE UU elogiaban el crecimiento económico de Alemania, su tecnología. Recordar eso ahora provoca incomodidad.

¿Qué más provoca la cinta?

Hace reflexionar, discutir. Es el tipo de historia que me gusta: con personajes complejos a los que seguir hasta el final.

¿Cómo pudo terminar Alemania así?

Aunque en el cine suelen presentarse como súbitas e inmediatas, las cosas horribles suceden paso a paso. Un gobierno se corrompe, la sociedad se derrumba, pero la gente termina aceptándolo porque tiene que seguir viviendo. ¿Cómo pudo Franco gobernar cuarenta años? En los tiempos difíciles la gente opta por bajar la cabeza, velar por su propio interés y tratar de seguir caminando. Aunque hable de nazis, Good cuenta algo universal.

La visión del campo de concentración ha sido criticada...

Es una exageración, pero muestra que la cotidianidad también tiene cabida en una existencia espantosa. El terror puede llegar a aburrir.

¿Qué más aspectos polémicos presenta la película?

No culpa a los alemanes por lo ocurrido y muestra a un tipo decente que termina apoyando a los nazis. Mi personaje no es perfecto, sino que tiene miedo, se equivoca. Percibe que las cosas no deben ser así, pero evita la verdad y mira a otro lado.

¿Cómo todos?

Sí. Tú, yo, cualquiera que no sea un psicópata trata con cariño a sus amigos, se esfuerza en el trabajo y cree estar haciendo las cosas bien. Pero la vida nos muestra, de pronto, que estamos haciendo algo mal. Al principio no queremos reconocerlo ni lo arreglamos en el acto, pero llega un momento en el que tenemos que enfrentarnos a ello.

¿A qué debemos enfrentarnos ahora?

A la pobreza, al hambre, al abuso del poder... Cosas que siguen existiendo en cualquier parte. Zapatero, Obama o Bush tienen un objetivo prioritario: mantenerse ahí arriba. Convencer al pueblo de que debe darle las riendas, que no debe participar en las decisiones. Y, por desgracia, nos dejamos convencer.

Es cómodo.

Sí, y luego llegan las tragedias. Es como en las relaciones de pareja: no la cuidas, crees que todo funcionará por sí solo y luego te sorprendes si explota. Posponemos las decisiones, no corregimos defectos.

¿Debe el cine llamar la atención sobre esto?

Sí, pero, como en esta película, con sutilidad. No hace falta interpretar a un personaje que quiere matar a Hitler o que salva a mil y pico judíos.

¿Es más difícil interpretar a un tipo normal que a un héroe?

No necesariamente. Con Aragorn, Alatriste o el tipo de esta película hice lo mismo: preguntarme qué le pasó entre la cuna y la primera página del guión. Cada persona es un mundo inacabable.

¿Poder vivir tantas vidas es lo mejor de su trabajo?

Sí, pero que no suene tan serio. Ser actor no es tan trascendental, sino regresar a la niñez. Usar la imaginación para convertirte en Batman, Lobezno o Aragorn. Es un juego, entender tanto a una persona que te transformas en ella. Y después, cuando vuelves a casa, abandonar el disfraz y volver a ser tú mismo.