Por Barack Obama
Artìculo de opiniòn escrito por Barack Obama y publicado en el Washington Post
En estos momentos, a nadie le cabe la menor duda de que hemos heredado una crisis económica tan profunda y funesta como ninguna otra desde los tiempos de la Gran Depresión. Se han perdido millones de empleos con que los estadounidenses contaban hace apenas un año; se han esfumado millones de los ahorros que tanto esfuerzo les había costado acumular a las familias. Por todas partes hay gente preocupada por lo que les deparará el mañana.
Lo que los norteamericanos esperan de Washington es que se haga algo que se corresponda con las urgencias que experimentan en su vida diaria, algo que sea lo suficientemente rápido, audaz y acertado como para hacernos remontar esta crisis.
Porque cada día que dejamos pasar sin ponernos manos a la obra para dar un giro total a la marcha de nuestra economía, más gente pierde sus empleos, sus ahorros y sus casas. Además, si no se hace nada, esta recesión podría prolongarse durante años y años. Nuestra economía va a perder otros cinco millones más de puestos de trabajo. El desempleo se va a acercar a porcentajes de dos cifras. Nuestra nación se va a hundir todavía más profundamente en una crisis a la que, alcanzado un punto determinado, es posible que no seamos capaces de darle la vuelta.
Esta es la razón por la que me asalta este sentimiento de urgencia en relación con el Plan de recuperación presentado ante el Congreso de EEUU. Con el plan vamos a crear o conservar más de tres millones de puestos de trabajo en el curso de los dos próximos años, vamos a aprobar desgravaciones fiscales con efectos inmediatos en favor del 95% de los trabajadores, vamos a promover por igual el gasto de empresas y de consumidores, y vamos a tomar medidas para fortalecer nuestro país de cara a los años venideros.
Este plan no es sólo una receta para fomentar el gasto a corto plazo; es una estrategia de cara al crecimiento económico de Estados Unidos a largo plazo, y una oportunidad en áreas tales como las energías renovables, la atención sanitaria y la educación. Es, además, una estrategia que se va a poner en práctica con una transparencia y una rendición de cuentas que no tienen precedentes, de manera que los estadounidenses sepan a dónde van los dólares de sus impuestos y cómo se están gastando.
Estos últimos días, ha habido críticas equivocadas a este Plan por parte de quienes se han hecho eco de teorías fracasadas que, justamente, han contribuido a meternos en esta crisis, tales como la idea de que con reducciones de impuestos bastará para resolver todos nuestros problemas, o que podemos hacer frente a estas pruebas formidables con paños calientes o medidas de compromiso. O que podemos pasar por alto problemas fundamentales como nuestra independencia energética y el elevado coste de la atención sanitaria y aún así esperar que salgan adelante nuestra economía y nuestro país.
Rechazo esas teorías, y eso es también lo que hicieron los ciudadanos cuando acudieron a las urnas en noviembre y votaron sin vuelta de hoja a favor del cambio. Ellos saben que lo hemos intentado por esas vías durante demasiado tiempo y, por eso mismo, los costes de nuestra atención sanitaria se siguen incrementando a un ritmo mayor que la inflación, nuestra dependencia del petróleo extranjero sigue amenazando nuestra economía y nuestra seguridad, y nuestros hijos estudian en escuelas que les colocan en posición de desventaja. Hemos visto las trágicas consecuencias cuando nuestros puentes se han derrumbado y nuestros diques no han resistido.
Cada día que pasa empeora la situación de nuestra economía; éste es el momento para aplicar un remedio que ponga de nuevo a trabajar a los estadounidenses, de dar un impulso a nuestra economía y de invertir en un crecimiento económico duradero.
Este es el momento de amparar con un seguro de salud a los más de ocho millones de estadounidenses que corren el riesgo de perder sus prestaciones sanitarias y de informatizar el historial sanitario de todos los ciudadanos en un plazo de cinco años, lo que ahorrará miles de millones de dólares y un número incontable de vidas.
Este es el momento de ahorrar miles de millones con la transformación de dos millones de hogares y del 75% de los edificios federales en espacios más eficaces en el plano energético, y de multiplicar por dos nuestra capacidad de generar fuentes alternativas de energía en un plazo de tres años.
Este es el momento de poner a disposición de nuestros hijos todas la ventajas que les hacen falta para competir mediante la modernización de 10.000 centros escolares con aulas, bibliotecas y laboratorios de auténtica vanguardia, y mediante una mejor formación de nuestros profesores de matemáticas y ciencias, así como de poner el sueño de la educación superior al alcance de millones de norteamericanos.
Este es, en fin, el momento de crear los puestos de trabajo que vuelvan a levantar a Estados Unidos de cara al siglo XXI mediante la reconstrucción de carreteras, puentes y diques que acusan el paso de los años, la planificación de una red eléctrica inteligente y la conexión de todos los rincones del país a la superautopista de la información.
Esto es lo que los ciudadanos esperan que hagamos sin más tardanza. Tienen la paciencia suficiente para darse cuenta de que nuestra recuperación económica habrá de medirse en años, no en meses. Ahora bien, para los que ya no tienen ninguna paciencia, es para este, punto muerto de siempre entre los partidos, que interfiere en la adopción de medidas mientras nuestra economía sigue cuesta abajo.
Así pues, tenemos que elegir. Podemos dejar que, una vez más, los vicios de Washington se interpongan en el camino del progreso, o podemos hacer un esfuerzo todos a una y proclamar que, en Estados Unidos, el destino no está escrito sino que lo escribimos nosotros. Podemos poner las buenas ideas por delante de las batallas ideológicas de siempre y un objetivo común por encima del habitual partidismo estrecho de miras. Podemos actuar audazmente para transformar la crisis en una oportunidad y, todos juntos, escribir otro capítulo grandioso más de nuestra historia y superar la gran prueba de nuestra época.