La batalla de Berlín



El día de la derrota del águila y la esvástica. Hace mas de 60 años el Ejército Rojo soviético tomaba la cancillería nazi. Recién ahora se conocen los detalles de la caída de la capital alemana.

El humo era muy intenso. La gente no podía respirar. Sentían las bocas resecas, como si estuvieran masticando arena. Los obuses y las cargas de los cañones no paraban de estallar por todos lados. Unos tres millones de alemanes permanecían hacinados en los refugios o entre las ruinas de la capital. Menos de 80.000 soldados de la Wehrmacht, unos oficiales de las infames Waffen SS y unos niños fanáticos de las Juventudes Hitlerianas se enfrentaban a un millón y medio de rusos del Ejército Rojo que avanzaban con 6.000 tanques. Al mediodía de esta primavera alemana no se veía el cielo. Todo estaba oscuro y sólo se iluminaba con las explosiones o los incendios. A veces, lo único que se veía eran los flashazos y la estela que dejan las balas trazadoras. Era el 3 de mayo de 1945, el último día de la guerra intensa en Europa. Caía Berlín. Aunque la maquinaria de propaganda de los aliados esperó otros cinco días para festejar oficialmente este V-Day, el Día de la Victoria en Europa.

Liza Zajac tenía 18 años y el número de prisionera 33.502 tatuado en su brazo izquierdo. Había sido liberada cinco días antes y ese 8 de mayo fue testigo del primer encuentro entre soldados rusos y estadounidenses en las orillas del río Elba. La habían rescatado los rusos cuando logró escapar de la Marcha de la Muerte de 5.000 prisioneros del campo de concentración de Auschwitz que caminaron por cuatro meses hacia Berlín. Hoy, a los 78 años recuerda ese día desde su departamento en el barrio porteño de Belgrano: "No me alegré de nada. Estaba perpleja. Me sentía totalmente desprotegida. Era libre, pero ya no tenía a nadie conmigo más que una tía. Veía como los soldados rusos y los americanos festejaban pero yo no tenía esa alegría. La liberación fue para mí como asomarme a un abismo. Recién, después, con el tiempo, pude apropiarme de esa libertad y hasta hoy cada vez que levanto una copa brindo por la liberación y me acuerdo de las palabras de Paul Eluard: 'Libertad, te nombro y te escribo'. Este 8 de mayo voy a brindar por la liberación como no lo pude hacer entonces".

Muy pocos pudieron festejar ese día en Berlín. Los soldados rusos deambulaban por entre las ruinas en busca de alguna bebida alcohólica y de mujeres. Ya se habían extinguido los últimos focos de resistencia y a quien encontraban con un arma lo ejecutaban en el instante. Pero todavía se escuchaban disparos sin cesar. Eran los rusos que apuntaban contra cualquier signo nazi para destruirlo. El más famoso de estos símbolos, el águila sosteniendo la esvástica que se levantaba por encima de la cancillería donde había reinado el Fuhrer Adolph Hitler, ya había caído y un oficial del Ejército Rojo se había encargado de guardarlo para la historia. Hoy, se conserva en el War Museum de Londres.



El clima de derrota entre los alemanes ya se venía percibiendo desde la Navidad de 1944 a pesar de que el jefe de la propaganda nazi, Joseph Goebbels, se encargaba de plantar el terror como arma para que a nadie se le ocurriera levantarse contra Hitler. De todos modos los alemanes no llegaron a perder totalmente el humor. Entre los amigos se recomendaban un regalo navideño mientras cantaban la Heilige Nacht (Noche de Paz): "se práctico, regala un ataúd". Y decían que la sigla LSR que marcaba los refugios antiaéreos significaba Lernt Schnell Russisch (Aprenda ruso enseguida). Era el mismo momento en que el régimen aprovechaba para deshacerse de cientos de miles de prisioneros que permanecían en los campos de concentración.

El ejército soviético seguía avanzando tras la derrota alemana en Stalingrado. En una de las batallas más sangrientas de la Historia, entre junio de 1942 y febrero de 1943, los nazis habían intentado tomar la segunda ciudad soviética más importante y derrocar al régimen comunista de Joseph Stalin. Tras una carnicería nazi contra los rusos que pelearon heroicamente casa por casa, una contraofensiva del Ejército Rojo logró cercar dentro de la ciudad destruida a 500.000 soldados alemanes al mando del general Friedrich Paulus que tenían la orden de Hitler de no retroceder ni rendirse. Finalmente, el VI ejército nazi tuvo que capitular atenazado por las tropas soviéticas, el frío polar de la estepa y la falta de alimentos y agua. Fue el comienzo de la ofensiva del Ejército Rojo contra los nazis.

A principios de abril del 45, los soviéticos estaban a menos de 100 kilómetros de Berlín, en la línea de los ríos Oder y Neisse, con un millón y medio de soldados, 40.000 piezas de artillería y 6.000 tanques. Stalin quería ser el primero en reconquistar la capital nazi antes de que llegaran las fuerzas estadounidenses que avanzaban desde Francia. Pero también tenía otra urgencia, quería apoderarse de los laboratorios alemanes donde se desarrollaba la bomba atómica. Los agentes de la NKVD, los comisarios políticos dentro de las unidades militares que respondían al temido ministro de Seguridad Estatal Lavrenty Beria, tenían la orden de encontrar los laboratorios y trasladar de inmediato a científicos y equipos a Moscú.

Ike Eisenhower, el comandante de las tropas estadounidenses podría haber empujado una ofensiva y llegar a Berlín al mismo tiempo o antes, pero no quería perder ni un solo hombre de más en una acción arriesgada que le costó a los soviéticos 50.000 vidas. El 11 de abril del 45 los tanques americanos cruzaron el río Elba, al sur de Dessau y hubieran podido estar en las puertas de Berlín dos días más tarde. Pero el general a cargo de las tropas, William Simpson, recibió la orden de Eisenhower de detener el avance. Cuarenta y ocho horas después, las fuerzas estadounidenses y el pueblo americano recibían la peor de las noticias. Había muerto el carismático y querido presidente Franklin D. Roosvelt. Asumió el vicepresidente Harry Truman y la atención estaba más en el Pacífico que en Europa. Aún quedaba en pie el poderoso ejército japonés que sólo pudo ser doblegado cuatro meses más tarde cuando bárbaramente se arrojaron las bombas atómicas sobre Hiroshima y Nagasaki.

En Berlín la derrota ya se veía como inevitable. La gente pasaba casi todo el día en los refugios donde comenzaba a escasear el agua y los alimentos, los servicios sanitarios estaban desbordados. Había una regla para sobrevivir a la falta de oxígeno: se prendían velas a diferentes distancias del suelo. Cuando se apagaba la primera, los niños tenían que ser subidos a los hombros de los mayores. Cuando se apagaba la última se ordenaba la evacuación aunque en ese momento las bombas estuvieran cayendo sin piedad. Para entonces, había desaparecido el fervor nazi. Casi nadie saludaba con el Heil Hitler. Se había impuesto otro saludo que decía Bleib ubrig! (¡sobrevive!). El búnker más importante se levantaba dentro del zoológico. Era una estructura de hormigón armado con decenas de subsuelos y en la terraza tenía una batería de cañones. Allí murió la mayor cantidad de gente cuando un grupo de oficiales de las SS obligó a los civiles resistir hasta las últimas consecuencias.



Fueron los días de la desesperación. Las SS fusilaron a más de 10.000 personas por negarse a combatir o simplemente poner una bandera blanca en las ventanas de sus casas. Algunas jovencitas se entregaron a cualquier joven soldado alemán que encontraban "para no darle la virginidad a un ruso". Goebbels se había encargado de difundir que en Prusia Oriental los rusos violaron sistemáticamente a todas las mujeres. Esta vez, era verdad. Una semana más tarde cuando el Ejército Rojo entró en Berlín comenzó una verdadera "caza" de mujeres. Se denunciaron 130.000 violaciones. Se cree que fueron al menos el triple.

El 26 de abril, los generales que se encontraban junto a Hitler en el bunker de la cancillería predijeron que los rusos estarían en las puertas en, a lo sumo, tres días. Hitler decidió casarse con su amante Eva Braun. El hombre que ofició de juez, Walter Wagner, tuvo que hacer las preguntas de rigor: ¿son descendientes de arios en un 100%? ¿están libres de enfermedades hereditarias?. Los testigos fueron Goebbels y Martin Bormann, el segundo del Fuhrer.

"Domingo, 29 de abril. Ya son dos días de un huracán de fuego. Anoche, la prensa extranjera escribió de la oferta de rendición de Himmler (había traicionado a Hitler). El Fuhrer dictó su testamento político y privado. Los traidores Joel y Himmler, así como los generales, nos abandonan y nos dejan solos ante los bolcheviques. De nuevo la artillería. Según la información del enemigo, los estadounidenses han irrumpido en Munich", escribió Bormann en su diario personal. Hitler ya había decidido suicidarse. A la mañana siguiente probó la pastilla de cianuro en su adorada perra pastor alemán Blondi. Antes del almuerzo, le dio instrucciones precisas a su ayudante personal el sturmbannfuhrer Otto Gunsche acerca de lo que debía hacer con su cadáver y el de su esposa. Almorzó con tres mujeres, su dietista Constanze Manziali y sus dos secretarias, Traudl Junge y Gerda Christian, y se encerró en su dormitorio con Eva Braun. Algunos ayudantes intentaron acercarse a despedirse, pero los agentes de las SS se lo impidieron. A las tres y cuarto de la tarde Hitler se pegó un tiro en la sien. Eva había muerto un momento antes tras ingerir una pastilla de cianuro. El asistente Gunsche y su ayudante Heinz Linge sacaron los cuerpos hasta el jardín de la cancillería, los rociaron con gasolina y les prendieron fuego. Un soldado nazi, Rochus Misch, entrevistado por el historiador Anthony Beevor, el autor de "Berlín. La caída", dijo que vio como Linge le robaba el reloj al cadáver de Hitler y que fue a llamar a un compañero: "El jefe está ardiendo. Ven a ver", le dijo.



Ya estaba todo determinado. La última resistencia la protagonizaron unos 350 hombres en el bunker del zoológico. La batalla fue tan intensa que el único animal que sobrevivió fue una cigüeña que había sido bautizada como Abu Markub.

"El 5 de mayo dieron la primera noticia por la radio. Dijeron que el Ejército rojo había tomado Berlín. Pero la confirmación oficial con el discurso de Stalin vino recién el 8. Tenía 13 años y creía que ese era el fin de todo lo malo y el comienzo de todo lo bueno. Se había cumplido mi sueño de la paz y la libertad. Después de me di cuenta que no era así. Pero ese día fui inmensamente feliz", cuenta Abraham Cukierman, un joyero de Nazca y Jonte, en Villa del Parque, de 73 años, que entonces estaba refugiado con su familia polaca en Ucrania.



Los aliados comenzaron a hacer los preparativos para el Día de la Victoria. La capitulación final del régimen nazi fue firmada por el general Eisenhower en su cuartel general de Reims, en Francia. Los ingleses tenían todo preparado para celebrar el V-Day ese mismo lunes 7 de mayo. Londres estaba embanderada y Winston Churchill exultante detrás de su inseparable habano. Pero en Washington el presidente Harry Truman dijo que necesitaba un día más. Se decretó que el 8 de mayo de 1945 era el día oficial de la victoria. En Moscú se celebró el 9 de mayo. El recuento final de las víctimas se hizo recién años más tarde. Habían muerto 54 millones de personas.

Vía: El Clarin
Gustavo Sierra