El Premio Nobel de Literatura, Günter Grass y las SS Nazis



El documento que prueba que Grass, autor de "El Tambor de Hojalata" Premio Nobel de Literatura de 1999, perteneció a la SS es de acceso público desde hace años. Pero su participación en los crímenes es casi imposible de verificarse con los documentos debido a que casi no hay rastro impreso de su división. Grass: "Nos dejamos seducir por los nazis".

La Waffen-SS, cuerpo de élite armado a las órdenes de Heinrich Himmler que fue catalogado en los procesos de Núremberg de "organización criminal", era conocida por ser la unidad más sanguinaria. Al final de la guerra, los miembros de la Waffen-SS, brazo armado de la SS, asesinaban a los prisioneros en lugar de recluirlos y a los desertores los ejecutaban a tiros o los ahorcaban. En su retirada, hacían altos en el camino para ejecutar a quienes hubiesen sacado banderas blancas en señal de rendición.

La afirmación de Grass de que no participó en ninguno de estos crímenes es casi imposible de contrastar con documentos, ya que apenas se conserva rastro impreso de su división. Sólo existen diarios de guerra correspondientes al año 1943. Pero cuando Grass fue llamado a filas, la División Acorazada de la SS Frundsberg ya no era la temida tropa de élite que había sido.

Formada en un comienzo por voluntarios, la SS aceptaba en 1945 -debido a las enormes pérdidas sufridas frente al Ejército Rojo- a todos los jóvenes que pudiera reclutar. "Nos llegaban muchos soldados de todas partes, muchos eran de los Balcanes", recuerda el ex combatiente Edmund Zalewski en declaraciones al portal de noticias Spiegel Online. "En realidad, ya no éramos una verdadera división de la SS", explica.



El autor de El tambor de hojalata se había alistado voluntario a los 15 años en la flota de submarinos, pero le rechazaron. "No te impacientes, jovencito. A vosotros ya habrá tiempo de reclutarlos", le respondieron. Más de un año después lo llamaron a filas, pero no para los submarinos. "No quedan marcas en "Pelando la cebolla" (su libro), que expresen miedo u horror. Seguramente veía a la Waffen-SS como unidad de élite. La doble runa en el cuello del uniforme no me repugnaba", recuerda Grass a lo largo de las 60 páginas en las que hace públicos sus recuerdos. Y continúa: "Lo más importante para aquel muchacho que se tenía por un hombre era el arma en la que serviría: si no podía ser en un submarino, de los que ya apenas se hablaba en los partes de guerra, entonces sería como artillero de tanque en una división que, como sabían ya en el Centro de Operaciones de Weißer Hirsch, iba a formarse con el nombre Jörg von Frundsberg. Las SS no eran nada atemorizante, sino una tropa de elite que siempre era enviada donde las cosas estaban difíciles y que, según se decía, siempre sufría las mayores bajas".

Los entrenamientos fueron durísimos, recuerda el escritor. "Lo que debía hacerme un hombre: instrucción rápida en el manejo de armas pesadas. Disparar a blancos móviles. Marchas nocturnas con pertrecho de asalto. Flexionar las rodillas sosteniendo la carabina al frente. De vez en cuando nos recompensaban despiojándonos en un barracón sanitario construido al efecto, tras lo cual nos permitían ducharnos desnudos en grupo y asistir al cine del campamento para reírnos.

La biografía de la cebolla

Grass describe también cómo sentía el enorme peso de la culpa: "Tras la guerra quise callar con creciente vergüenza lo que había acatado con el estúpido orgullo de mis años jóvenes. Pero la carga se mantuvo y nadie podía aliviarla. Es cierto que mientras duró la instrucción como artillero de tanque que me embruteció durante el otoño y el invierno no supe nada de los crímenes de guerra salidos a la luz más tarde, pero esa ignorancia declarada no podía empañar el reconocimiento de haber sido pieza de un sistema que planeó, organizó y ejecutó el asesinato de millones de personas".

"Si uno escribe una autobiografía es para ponerse en duda a sí mismo, a la persona entera. Así ha sido conmigo. Yo me preguntaba cómo un chico que no era precisamente tonto había creído hasta el final en la victoria final. Cómo fue posible que no lo pusiera en duda en ningún momento. Cómo es posible que no se haya preguntado por el profesor del colegio que había desaparecido, y que volvió después de cierto tiempo, cómo no me pregunté qué había pasado con él. Cómo no le preguntamos: ¿dónde ha estado usted? ¿En un campo de concentración? ¿Qué es un campo de concentración? ¡¿Cómo es posible no haberse hecho preguntas?! ¿Y qué había pasado con el compañero de clase que era testigo de Jehová y que no quería tocar su fusil? ¿Por qué desapareció? Son cosas muy importantes sobre las que no me pregunté, cómo es posible que no me las preguntara."

"Hay una frase en "Pelando la cebolla": "Mi generación se ha dejado seducir". Y yo digo: nosotros nos dejamos seducir, yo me he dejado seducir. No quiere ser una excusa sino una explicación. La organización juvenil de los nazis tuvo un atractivo tremendo y un poder de seducción impresionante. Y nosotros nos dejamos fascinar sin hacer preguntas. Ésa es la explicación que puedo dar hoy", remarca Gunter.

La confesión de Grass sorprendió no solo al mundo literario.

Tomando en consideración la militancia de izquierda de Grass, sus constantes críticas políticas, el contenido de sus novelas (con un profundo tono anti-belicista y cuestionador de los sucesos en Alemania), las reacciones no se hicieron esperar y ocuparon todo el rango posible de emociones.

El periódico La Reppublica de Roma habló de un "shock global" ante la "dolorosa valentía" de Grass al asumir su confesión. El muy famoso y controvertido crítico literario alemán Marcel Reich-Ranicki prefirió no emitir opinión y dijo que no tenía obligación de decir nada al respecto. Otro crítico literario, Hellmut Karasek, dijo que de haber Grass declarado antes este asunto, hubiera arriesgado el recibir el Premio Nóbel. "Grass se ha ganado como ningún otro alemán el Nóbel, pero todo se mira ahora ante otra luz", dijo.

Pero otros no fueron tan severos. El escritor Ralph Giordano (de 83 años), dijo que hay hombres que a los 80, 85 años, asumen las cosas en las que han errado. Y que peor que cometer una equivocación sería no asumir las consecuencias de lo hecho, cosa por la que ya pasó Grass. "Para mí no pierde ningún tipo de credibilidad moral ante esta confesión", dijo. Para el historiador Michael Wolffsohn lo desconcertante es que no lo haya hecho antes. Y al igual que otros intelectuales, piensa que el momento ideal para ello hubiera sido cuando Ronald Reagan y el entonces Canciller Helmut Kohl visitaron el cementerio de soldados en Bithof, durante una visita del presidente Reagan a Alemania en 1985. Aquella visita causó gran revuelo debido a que en ese cementerio hay enterrados, precisamente, varios miembros de la Waffen-SS. Y Grass fue uno de los mayores críticos de esta actividad.
La confesión tomó por sorpresa no solamente al mundo entero, sino incluso a su círculo más cercano. Nadie sabía de este asunto más que la esposa de Grass. Ni sus hijos o parientes, ni su editor, ni otros amigos o colegas lo sabían.

La anécdota de Tom Wolfe

El conocido novelista Tom Wolfe decía que había estado en un congreso donde un progresista europeo de izquierda hablaba mal de los Estados Unidos en los Estados Unidos, todo esto antes de la confesión de Grass. Wolfe dice que estaba escuchando la perorata, que venía a decir que su país era igual que el régimen nazi, y Günter Grass saltó desde el público: "los Estados Unidos no tienen ni comparación con el régimen nazi: usted lleva media hora hablando aquí mal de su país y nada ha ocurrido. En el III Reich a los cinco minutos hubiese entrado alguien y se hubiese acabado esta reunión". Wolfe concluyó: "nos asustamos todos un poco: aquel tipo sabía de lo que hablaba".

El documento que prueba que Grass perteneció a las SS es de dominio púlico hace años

Registro del encarcelamiento de Grass


La pertenencia del escritor alemán Günter Grass a las Waffen SS era público desde 1945, año en que terminó la II Guerra Mundial. Según han informado varios periódicos alemanes, los documentos que prueban la pertenencia del novelista a la SS han permanecido en los archivos militares durante todos estos años, pero nunca nadie los ha solicitado consultar. La Fundación Nobel tuvo que confirmar que Grass mantendría el premio Nobel de literatura que obtuvo en 1999.

Günter Grass, de 78 años, reveló al periódico Frankfurter Allgemeine Zeitung que sirvió en la WAffen-SS (una organización paramilitar de las SS conocida por su importante contribución al exterminio de los judíos) durante la II Guerra Mundial.

Un documento del Ejército norteamericano en el que Grass está registrado como prisionero de guerra perteneciente a las Waffen-SS se conserva en en el Archivo militar alemán de Berlín. El subdirector del archivo, Peter Gerhardt, ha dicho al periódico Berliner Zeitung que nadie había solicitado ver el documento. En su expediente se indica que Grass fue detenido el 8 de mayo de 1945 en Marienbad, su edad y su división.

Grass, que ganó el Premio Nobel de Literatura en 1999, es una autoridad moral en su país y ha sido muy duramente criticado por no haber confesado antes haber formado parte del grupo paramilitar hitleriano de las Waffen-SS. Las Waffen-SS luchaban junto a divisiones normales del Ejército y tenían fama por su brutalidad contra los civiles enemigos y los prisioneros de guerra. Se conocía que Grass había sido herido y detenido por las tropas estadounidenses, pero no como miembro de las Waffen-SS.

El autor de El tambor de hojalata ha dicho que confesó porque no podía con la carga de la culpa, en una entrevista publicada en Frankfurter Allgemeine Zeitung. En la entrevista dice que bajo el adoctrinamiento nazi no se veía a las Waffen-SS como algo repugnante, sino como un servicio de elite. El Frankfurter Allgemeine Zeitung aseguró que Grass no disparó un tiro antes de su detención.

Otros casos de literatos y artistas en similares situaciones

En el libro "Los intelectuales y el fascismo", del cubano Lisandro Otero, se habla de otros casos. Otero recuerda que Martin Heidegger, fundador de la fenomenología existencial y considerado uno de los pensadores más originales del siglo XX, no sólo ingresó al partido nazi en 1933, sino que en su discurso de entrada afirmó que “el propio Führer, y sólo él es la realidad alemana, presente y futura y su ley. ¡Heil Hitler!”. Así también, Knut Hansum, Premio Nobel de Literatura 1920, no sólo estuvo de acuerdo con la ocupación nazi de su Noruega en 1940, sino que se reunió con el mismo Hitler y, a Goebbels, arquitecto de la propaganda nazi, le regaló su medalla de Premio Nobel.

Ezra Pound, el gran poeta vanguardista, crítico y traductor estadounidense, difundió propaganda fascista por radio desde Roma a Usamérica. Y Richard Strauss, considerado uno de los orquestadores modernos más excepcionales, vio con simpatía el ascenso nazi y participó en numerosos movimientos contra los opositores, a tal punto que en 1939 al cumplir setenta y cinco años le homenajearon su lealtad al régimen. Jorge Luis Borges, simpatizó con Pinochet y lo visitó en Chile en 1976, año de los más sangrientos de la dictadura militar. Otero recuerda que Borges declaró en esa ocasión: “Yo declaro preferir la espada, la clara espada, a la furtiva dinamita. Creo que merecemos salir de la ciénaga en que estuvimos. Ya estamos saliendo por obra de las espadas, precisamente”. Después recibiría una medalla de manos del tirano. El mismo año también almorzó en el Palacio de Gobierno de Buenos Aires con el dictador Jorge Videla le agradeció el golpe del 24 de marzo contra Isabel Perón.

Tambien está el caso de Camilo José Cela, escritor español y Premio Nobel 1989, quien participó en la llamada “máquina de moler carne” montada por la dictadura de Francisco Franco, y fue censor del aparato represor franquista. También el caso del nicaragüense José Coronel Urtecho, padre de la Vanguardia granadina, fundó en 1934 el diario La Reacción, origen del movimiento político Reaccionario que defendiera la candidatura del general Anastasio Somoza García. Posteriormente fue diputado del régimen somocista, pero luego se dio cuenta del gran error cometido sintiendo una gran culpa por ello.