La Guillotina y la Muerte



Ante la decapitación por la guillotina, surge un problema planteado por algunos médicos: la muerte puede no ser inmediata y la cabeza separada del cuerpo sigue viviendo un cierto tiempo. La cabeza no está muerta sino moribunda.

Es más, se piensa que los guillotinados durante la Revolución Francesa, tenían tiempo de ver cómo los asistentes a la ejecución les vituperaban cuando el verdugo sujetaba su cabeza para enseñarla al público… Eran sólo unos segundos, el tiempo que tardaba el cerebro en perder cualquier rastro de aporte sanguíneo.

El fisiólogo Paul Loye, no faltaba a ninguna ejecución capital que tuviese lugar en París y a veces iba también a presenciar algunas ejecuciones de provincias. Escribió un libro con sus observaciones al que tituló “La mort par décapitation”.

En ella apunta el hecho de que el condenado, con mucha frecuencia sufre un síncope antes del momento fatal y cuando el verdugo le decapita es ya prácticamente un cadáver. La ansiedad, la angustia, la emoción suelen producirles un shock.



Las entrevistas realizadas a verdugos confirman esta circunstancia. Por ejemplo, Brand, el ejecutor de Berlín, afirmaba que de cada 10 criminales ejecutados por él, apenas uno iba más o menos íntegro al suplicio. Los otros estaban ya medio muertos cuando les ponía la mano encima. Eran una masa inerte, sin fuerzas, insensibles. Deibler, el ejecutor de París decía casi lo mismo. El verdadero dolor no lo sienten al ser guillotinados, sino en los momentos que preceden a la muerte. Es un dolor moral.

Los dirigentes de la Revolución francesa adoptaron la guillotina por recomendación de la Academia de Cirugía para realizar las ejecuciones capitales. La Academia recomendó el instrumento inventado por un médico, el Dr. Guillotin, por lo rápido y limpio que producía la muerte. Afirmaban los técnicos que el dolor duraba escasas fracciones de segundo, el tiempo que tardaba la cuchilla en cortar la cabeza.

El famoso médico-legista Brouardel decía que “la decapitación es la forma de suplicio que suprime más completamente los dolores que resultan de la aplicación de la pena e incluso los que en otras formas de pena de muerte resultan de la falta de precisión y destreza del verdugo”.



Paul Loye, además de sus observaciones en numerosos sujetos condenado a la pena capital, realizó experimentos en animales. Todo le demostró que desde el punto de vista humano, constituía un progreso sobre el ahorcamiento, la estrangulación, la rueda, la hoguera y el descuartizamiento. Por ejemplo, los patos tienen más facilidad que los pollos para vivir sin cabeza. Eso forma parte del conocimiento popular; si le cortas la cabeza a un pato y lo sueltas, saldrá corriendo, golpeándose con todo porque no ve nada, pero corre y aguanta al menos un par de horas sin ningún problema.

Ya durante la Revolución francesa, se propagó la idea de que la cabeza seguía pensando y sufriendo una vez separada del cuerpo. El famoso anatómico alemán Dr. Soemmering indicaba que “la decapitación sólo existía en países notables por la estupidez y la brutalidad de sus leyes”. Consideraba que la cabeza separada del cuerpo conservaba unos segundos (o una hora ¿quién sabe?) sensibilidad y pensamiento. Se podían observar movimientos espontáneos en las cabezas. El Profesor de Anatomía Dr. Sue, decía que no sólo la cabeza, sino el cuerpo, manifestaba signos de sufrimiento después de la decapitación. A partir de 1794 surge un vivo debate entre los médicos, iniciado por el Dr. Soemmering en Alemania y el francés Dr. Oelsner, quienes se preguntan si la muerte sobreviene coincidiendo con el acto de la decapitación.

Recordaba la circunstancia de que cuando un enfermo sufre la amputación de un miembro (brazo, pierna), aún años después de haber cicatrizado el muñón, sigue “sintiendo” su pierna y dolores en ella como si aún existiese la pierna o el brazo. Los siente en el lugar que ya no están. Este es un hecho comprobado por la Cirugía moderna.

Al no recibir irrigación sanguínea, las células del cerebro del decapitado pierden su vitalidad y su función. En los experimentos en animales decapitados, se ha podido observar la existencia de movimientos y contracciones en la lengua, ojos, párpados, labios, narices. Si se toca la córnea, los párpados se cierran. Pero se ha dicho que son actos inconscientes, reflejos. El animal decapitado es un animal asfixiado con tensión arterial cero. Los movimientos que pueden presentarse son asfícticos.

El cerebro no irrigado puede vivir dos minutos, decía Laborde. Vulpian lo negaba. Por su parte, Loye afirmaba que la muerte sobreviene por un doble mecanismo en el guillotinado: por inhibición y por asfixia, lo que produce la pérdida de conciencia instantánea.



Según las observaciones de Loye en decapitados, la cabeza separada del cuerpo conserva durante dos o tres minutos una calma absoluta y después de este periodo se producen a veces movimientos espontáneos de la cara con apertura y cierre de la boca, oscilaciones de los ojos. Goncourt, citado por Varigny, de quien tomo estos datos, dice que “algunos decapitados, después de 45 minutos de la muerte, si se les pinza en el pecho, llevan la mano al lugar del pinzamiento con un movimiento vivo.

Otros fisiólogos han hecho observaciones en la cabeza de los guillotinados, como Holmgren, Regnard y otros. Todos confirman que en la cabeza cortada se pueden provocar movimientos por diversas excitaciones de la piel, nervios y músculos, así como pueden observarse movimientos en los párpados y pupilas, pero las consideran simples reflejos en los que no interviene la conciencia.

María Antonieta


La tradición cuenta de la Reina María Antonieta que cuando fué decapitada, el verdugo orgulloso de su obra, cogió la cabeza por el resto del cabello que le habían dejado y levantándola en alto, la mostró a la muchedumbre y para más escarnio, le abofeteó el rostro. Y sigue contando la tradición que el rostro se sonrojó y la cabeza “se quejó”.

Se cuenta también el caso de Lacenaire quien había prometido a un médico, filósofo y amigo que iba a presenciar su ejecución en la guillotina, que después de la decapitación, le haría un guiño con el ojo, lo que significaría: “¡Aún estoy aquí!”. Se mantuvo el condenado muy sereno hasta el final, pero la cabeza no hizo el guiño prometido.

Cuenta Varigny otro caso parecido, el de Couty de la Pommerais que había concertado con el famoso médico Vealpeau hacer también un guiño después de ser decapitado. Se dice que no hizo tal gesto la cabeza, aunque Vealpeau nunca dijo ni escribió nada sobre esto.

Brown-Sequard decía que la decapitación mataba sin agonía, sin convulsiones, en perfecta calma, anulando el poder reflejo y el automotor. La hemorragia súbita hace caer la tensión a Cero en 1/10 de segundo y paraliza la conciencia, la voluntad, la inteligencia y la sensibilidad.

Vulpian señalaba que la transfusión sanguínea en la cabeza depués de la decapitación, produciría “un grand et terrible spectacle”. Aunque parezca increíble, esta experiencia fué intentada por algunos médicos franceses, pero nunca pudieron hacerlo “inmediatamente” sino pasados varios minutos y no obtuvieron ningún resultado. El experimento parece del peor gusto y creo que nadie tiene derecho a realizarlo. Es algo inhumano, tan indigno como los crímenes que pudo cometer el ajusticiado o aún más. Y aún más increíble es la preparación del criminal antes de la ejecución para poder realizar esta experiencia, ya que es preciso practicar “in vivo” la denudación de las carótidas con la colocación en ellas de una cánula adecuada para el paso de la sangre transfundida a la cabeza.

No en una, sino en varias ocasiones se ha dado el caso de que durante las guerras, un obús produjo impacto directo sobre la cabeza de un soldado decapitándolo. Seguidamente se pudo ver aquel cuerpo sin cabeza cómo daba algunos pasos continuando con los gestos del que avanza, mientras un surtidor de sangre brotaba por las carótidas seccionadas y breves instantes depués el cuerpo caía de bruces tras la inercia de su avance.

El corazón de un decapitado continúa latiendo hasta 25 minutos después de la separación de la cabeza. La respiración, sin embargo, se detiene completamente casi enseguida.

L. Capitán comunicó a la Societé de Biologie de Paris (25 junio 1898) sus observaciones durante la ejecución de Carrara, un asesino reincidente. Al llegar ante la guillotina, el condenado estaba pálido como un muerto y casi inerte cuando se le colocó el cuello en el aparato. Después de la decapitación, la sección del cuello quedó al principio exangüe. No salió nada de sangre durante breves momentos, pero al caer la cabeza en el cesto y el cuerpo sobre la plataforma de madera, de pronto brotaron unos chorros de sangre hasta un metro de altura. Interpreta este hecho Capitán, diciendo que el condenado debió sufrir un síncope cardiaco con detención momentánea del corazón debido a la emoción. La acción física producida por la sección de las carótidas al caer la cuchilla, estimuló las contracciones del corazón que comenzó a latir siendo su impulso lo que hizo surgir los chorros de sangre. Y termina su comunicación diciendo que si a Carrara no le hubieran guillotinado, de todas formas hubiera muerto por paro cardiaco, debido a la emoción del miedo.



El famoso anatómico inglés John Hunter, durante una polémica ante un jurado, fué contradicho por uno de sus colegas. Fué tal la reacción de disgusto que experimentó Hunter que quedó muerto en el acto.

Auberive escribió una obra titulada: “Anecdotes sur les décapités”, publicada en París en el que cita la célebre anécdota de María Estuardo, cuya cabeza decapitada habló. Y menciona también una experiencia realizada por médicos sobre un sujeto joven condenado a ser decapitado. Apenas terminada la ejecución, los cirujanos detuvieron la hemorragia de cabeza y tronco, ajustando ambas partes con la mayor precisión posible: vértebra con vértebra, nervio con nervio, arteria con arteria, estimularon la respiración aproximando líquidos volátiles a la nariz y entonces la cabeza pareció reanimarse. Percibieron contracciones de los músculos de la cara y los párpados. Después de algunos otros signos de vida el sujeto expiró.

Ya la experiencia en aquel tiempo era atrevida, increíble y demuestra que las dudas de los cirujanos eran generales en cuanto a que la decapitación producía la muerte inmediata. Se aseguró también que la cabeza de Carlota Corday, ejecutada por haber dado muerte al revolucionario Marat, y a la que el verdugo abofeteó al mismo tiempo que la levantaba para que la viese el pueblo, emitió un grito de indignación ante aquel insulto.

La discusión continuó por muchos años y desde el ensayo del Dr. Soemmering “Sur le supplice de la guillotine” y otros como el Dr. Sue, “Opinion du chirurgien Sue, Professeur de Médecine et de Botanique, sur le supplice de la guillotine”, aparecieron refutaciones del Dr. Cabanis y el Dr. Gastellier, la obra de Leveillé, cirujano del Hôtel-Dieu de París: “Dissertation physiologique” y la obra del Dr. Sédillot el joven: “Reflexions historiques e physiologiques sur le supplice de la guillotineª, hasta la famosa obra imaginativa de Villiers de l’Isle-Adam, ´Secret de l’échafaud”.

Soemmering decía estar convencido que si el aire circulase todavía regularmente por los órganos de la voz que no quedaban destruidos, esas cabezas cortadas hablarían.
Basándose en experiencias hechas sobre miembros amputados de hombres vivos, Soemmering observa que la sensibilidad puede durar hasta un cuarto de hora.
De ahí deduce que la cabeza cortada puede oír y pensar bastante tiempo todavía.

A todo esto el Dr. Sédillot asegura que el guillotinado está muerto ya antes de ser decapitado, desde el instante incalculable en que el pesado cuchillo golpea con su enorme contundencia la médula y el bulbo raquídeo antes de cortarlos.

Cabanis era más prudente, señalando que ningún decapitado ha podido contar lo que ha sentido.