Argentina se convierte en el país más afectado por la gripe A

Dos dependientas atienden con mascarilla en una panadería-pastelería de Quilmes, en la provincia de Buenos Aires


Hay 100 mil casos confirmados. Hace casi una semana la cifra era de 1.587 infectados. Los ciudadanos creen que el Gobierno, centrado en las elecciones legislativas del pasado domingo y en sus resultados, ha ocultado información

"Si tose y tiene fiebre, pida un barbijo (mascarilla)", dice un cartel bien grande a la entrada del hospital. Un par de enfermeros distribuye las mascarillas e intenta que los posibles pacientes de gripe no se mezclen con otros. Es bastante inútil, porque la inmensa mayoría tose como un perro y lo más probable es que tenga gripe y, muy posiblemente, la nueva gripe. En menos de una semana, lo que va desde el día antes de las elecciones, el pasado domingo, y hoy viernes, los casos oficiales de gripe A han pasado de 1.587 a 100.000, lo que coloca a Argentina como el país del mundo con más infectados. La epidemia está completamente descontrolada en Argentina y en Buenos Aires especialmente, y los ciudadanos empiezan a creer que las autoridades han actuado irresponsablemente. "Parece mentira. Fueron muchísimo más serios los mexicanos que nosotros. Esto es un desastre", se queja María Elena, enfermera del centro sanitario.

"Le decimos a la gente que compre alcohol en gel y se lave continuamente las manos y que use barbijo si tiene que coger transportes colectivos, y resulta que no hay alcohol en prácticamente ninguna farmacia y que los barbijos se han agotado". Nadie parece haberse ocupado de organizar un aumento de la producción ni nada por el estilo. "Yo llevo recorridas ocho y ya desisto", confirma Rubén Mateo, a la puerta de una farmacia que ha colgado un cartel anunciando que el alcohol no llegará, probablemente, hasta la semana que viene.

Los argentinos empiezan a darse cuenta ahora del alcance de la epidemia de gripe A. Oficialmente se reconocen 44 muertos, pero la mayoría de los medios de comunicación habla ya de 55 (hace una semana eran 28). Como parece imposible que los casos hayan pasado de mil y pico a cien mil en seis días, la mayoría empieza a pensar que las autoridades han estado ocultado la información. "Ha sido una desgracia: el estallido de la epidemia ha coincidido con la campaña electoral de las legislativas y todo el mundo ha estado más preocupado de los resultados electorales que por lo que estaba pasando en los hospitales". La ministra de Salud, Gabriela Ocaña, intentó incluso que se aplazaran las elecciones pero, por lo que se ve, la miraron como si estuviera loca. Ocaña dimitió al día siguiente de los comicios. Y el nuevo ministro tardó cuatro horas en reconocer cien mil contagiados.

Deprisa y corriendo se lanzan ahora medidas de contención, una tras otra. Hoy, decenas de empleados de la municipalidad pegaban carteles por toda la capital pidiendo a la gente que se lave las manos, se tape la boca si tose, se quede en casa y llame al médico si se encuentra mal,. La decisión más importante ha sido la de cerrar todos los colegios durante un mes. ¿Y qué harán los padres que tienen que ir a trabajar? Los argentinos funcionan con una cosa que se llama "flexibilidad". Lo explicó muy bien el subsecretario de Relaciones Laborales, Álvaro Ruiz: "Si tienen hijos menores de 14 años y nadie que pueda ocuparse de ellos, se pide a las empresas que tengan flexibilidad". "Si hay alguien enfermo en la familia y hay que cuidarle, se pide a las empresas flexibilidad". Lo único claro es que las mujeres embarazadas, los enfermos oncológicos y diabéticos, y quienes padecen enfermedades respiratorias crónicas podrán pedir quince días de vacaciones pagadas. Por lo demás, no está claro en qué consiste la flexibilidad para las empresas privadas, ni cómo se van a recuperar tantos días lectivos perdidos.

¿Hay que cerrar cines, teatros, centros comerciales, gimnasios? Pues no se sabe. Unos ayuntamientos, como el de Quilmes o los de algunas capitales de provincia, han decidido echar el cierre total. Otros, como el de la capital federal, simplemente "aconseja" que no se acuda a lugares con alta concentración de personas. El Gobierno de la nación, que intenta sacudirse la parálisis anterior, ha encontrado una fórmula estupenda: recomienda la "autoreclusión". Es decir, que la gente se quede en casa todo lo que pueda.

Una vez más, la sociedad argentina se enfrenta a un problema serio por sus propios medios y los ciudadanos adoptan las decisiones que mejor les parecen para salir del atolladero, sin instrucciones claras por parte de las autoridades. Unos conductores de autobús o del metro llevan barbijo, otros no. Algunas dependientas de los supermercados intentaron colocarse una mascarilla o guantes para manejar el dinero (gran vector de contagio). La inmensa mayoría, no. "Yo no creo que tengan que ponerse mascarilla", explica Juan Ruiz, encargado de un súper en el elegante barrio de Recoleta. "Si se lo ponen, los clientes creen que están enfermas y se asustan". Las clientas hacen sus compras a cuerpo gentil sin taparse la boca y manejan también el dinero sin la menor precaución. "Actuemos con responsabilidad", pide el gobernador de la provincia de Buenos Aires, Daniel Scioli. Lo curioso es que lo dice en un acto de inauguración de unas obras públicas en las que se han juntado dos centenares de personas, bien apiñadas, para aplaudirle.

Parece que el miedo ha empezado a correr tanto como la enfermedad y, por primera vez, empiezan a verse bares y restaurante semivacíos. Los dueños aseguran que han alejado las mesas para que los clientes estén más separados entre sí, de acuerdo con las instrucciones que ha repartido el gremio, pero la verdad es que no se nota mucho. Los irreductibles, los porteños que no saben vivir sin el café ni la charla en el bar de la esquina, intentan resistir sentados en las terrazas al aire libre. En Buenos Aires no llueve desde hace días y el invierno está siendo muy suave.

"Este fin de semana ayudará a tranquilizar algo las cosas", confía el nuevo ministro de Salud, Juan Manzur, aunque reconoce que la epidemia está en plena expansión, sin controlar, y la situación es "muy delicada", sobre todo porque los hospitales están desbordados. "No descartamos tomar otras medidas más drásticas. Veremos". De momento, el domingo hay fútbol, la final del torneo de clausura (media liga) entre el Vélez y el Huracán, y el estadio estará a tope. Eso sí, la mayoría de los equipos han suspendido las concentraciones previas y los jugadores esperarán en sus casas. Y los responsables del club anfitrión dicen que si hace falta distribuirán alcohol y barbijos. Pero, ¿alguien se imagina a los integrantes de la barra brava del Huracán con mascarilla?