Comienza en EE UU la construcción del primer aeropuerto espacial del mundo

Maqueta del futuro aeropuerto espacial en Nuevo México (EE UU).


El centro está ubicado en un páramo de Nuevo México.
El aeropuerto dará servicio a vuelos espaciales comerciales. El estudio de Norman Foster es el encargado del diseño y Virgin Galactic será la empresa que lo explote comercialmente en 2010.


El pasado 19 de junio comenzó en mitad de un páramo de Nuevo México, EE UU, la construcción de lo que será el primer aeropuerto espacial del mundo, informa la cadena de noticias británica BCC.

El megaproyecto, que lleva por nombre Spaceport America, costará 200 millones de dólares y estará terminado, en principio, a finales de 2010. El diseño futurista de las instalaciones (creación del estudio de arquitectura de Norman Foster) comprende una terminal de viajeros y un hangar (lo suficientemente grande para dar cabida a siete aeronaves). Todos estos elementos servirán a la compañía Virgin Galactic para promocionar antes de 2011 sus viajes privados al espacio.

Steve Landeene, director ejecutivo de la Autoridad Espacial Portuaria de Nuevo México, ha dicho que el "futuro ha llegado y no estamos muy lejos de una nueva era espacial. No se trata solamente de astronautas privados haciendo viajes, se trata de bajar los costos y de elaborar nuevos medicamentos".

Igual de optimista se ha mostrado el Gobernador del Estado, Bill Richardson, quien considera el proyecto un hito tecnológico así como una oportunidad muy jugosa para Nuevo México de obtener beneficios de la industria aeroespacial.

150.000 euros por pasaje

Si todo marcha de acuerdo a lo planeado, en aproximadamente dos años, el vuelo inaugural de este aeropuerto llevará a Richard Branson (fundador de la compañía Virgin), su familia y al diseñador de una de las naves (la White Knight Dos), a su primera odisea espacial.

Les seguirán unas 300 personas en una lista de espera que, obviando la actual crisis económica, están dispuestas a pagar 200.000 dólares (unos 150.000 euros) por el privilegio de experimentar la ingravidez durante seis minutos en un vuelo de dos horas.