Testículos de primate para luchar contra el envejecimiento: El Dr. Voronoff



Serge Abrahamovitch Voronoff, ruso apasionado de la ciencia, consiguió injertar glándulas animales en humanos, avanzando en la lucha contra el envejecimiento.

Del mismo modo que existieron muchos científicos fascinados en la investigación relacional entre primates y humanos, existió uno realmente peculiar, Serge Abrahamovitch Voronoff. Este doctor, de origen ruso y que se educò en Francia, mostraría desde pequeño su gran pasión por la ciencia, hasta que a finales del siglo XIX se mudó a Egipto, donde durante mucho tiempo, se dedicó a la plena observación del comportamiento de eunucos o castrados.

Según Voronoff, al observarlos con detenimiento, comprobaba que la extirpación de sus testículos les había causado directamente un gran debilitamiento físico. Esto le llevó a experimentar durante años con la realización de implantes. Por entonces, ya se creía que la clave del envejecimiento se encontraba en las glándulas sexuales, pero el tema de los transplantes era prácticamente nulo, por lo que cuando Voronoff planteó el xenotransplante – transplantes entre individuos de distinta especie, algo que a día de hoy se considera viable de cara al futuro -, lo menor fue llamarle hereje. Así, comenzó experimentando con su propio cuerpo, inyectándose tejido de perro y ratón, hasta que poco a poco iría centrando mayormente su investigación.

A su vuelta a Europa, comienza proviniéndose de testículos de simios de los zoológicos, por lo que ya en 1920, concretamente el 12 de junio de ese año, Voronoff realizaría su primer xenotransplante de testículos de chimpancé injertados en un escroto humano, lo que le llevaría a ser laureado por la revista “Time”. Gracias a una estupenda campaña publicitaria en torno al “rejuvenecimiento”, alrededor de 1930 se cuentan por miles las personas que ya habían pasado por su bisturí.



El procedimiento quirúrgico era el siguiente: Voronoff colocaba a paciente y primate en paralelo. Aplicaba anestesia local al hombre, extraía las glándulas al mono y las cortaba en seis finas lonchas que posteriormente injertaba en los testículos del hombre. Según esto, a las pocas semanas, los tejidos del primate eran reabsorbidos y el fluido hormonal del hombre se naturalizaba, resultando mayor cantidad de cabello, mejor vista y tensión más baja.

Tras el éxito inicial, Voronoff empieza a exhibir su obra mostrando fotografías de sus pacientes antes y después de cada intervención. Un caso curioso fue el del dramaturgo Anatole France – premio Nobel – que, tras ser tratado por Voronof, cuando contaba con 61 años, despierta en él el deseo sexual y consigue su primera erección después de 10 años de infructuosos intentos e impotencia total. Así Voronoff, satisfecho de sus resultados, pretende construir un parque temático de chimpancés para poder suministrar sus intervenciones y decide escribir un libro en el cual daría aliento a cientos de millonarios aquejados de impotencia.

Llegaría a realizar unas 550 intervenciones en su clínica especializada que situó en Italia, hasta que poco a poco se fue fraguando entre los estudiosos del tema las críticas a Voronoff con respecto al pobre seguimiento que hacía de los pacientes. Voronoff vería como la ola de alabanzas se había tornado rápidamente en su contra, y sobretodo, los recientes estudios sobre la testosterona, serían el último clavo en la teoría de Voronoff. El Secreto de Zara. A finales de 1951, Voronoff moriría en Suiza debido a una serie de complicaciones acarreadas por una caída que sufrió, Cuatro años después de su muerte, ya se hablaba de aquello que se dio en llamar “síndrome” o “efecto placebo”, posteriormente detallado por Henry K. Beecher para aclarar los “milagros” de Voronoff.

Más tarde, se llegó a decir incluso que Voronoff habría sido el responsable del contagio del Sida en los 90. Fuese lo que realmente fuese, una cosa está clara. Voronoff aportó testìculos de primate a los anquilosados esquemas científicos de la época.