Los restos del conquistador Francisco Pizarro



La investigación sobre los restos reales del conquistador de Perú de nuevo en la controversia.

La vida y la muerte del conquistador Francisco Pizarro fueron azarosas, pero sus aventuras no terminaron ahí: hasta su esqueleto ha sufrido los vaivenes de la historia y ha terminado en una singular exposición que ahora se muestra en la catedral de Lima.

"Francisco Pizarro: Evidencias históricas y bioarqueológicas" es el título de este proyecto que tiene como fin demostrar que el esqueleto descubierto por casualidad en una cripta de la catedral en 1977 es efectivamente el del conquistador extremeño.

Pizarro murió asesinado el 26 de junio de 1541, a manos de los partidarios de su archienemigo y competidor, Diego de Almagro, quienes "dieron al Marquez (Pizarro) tantas lanzadas y puñaladas y estocadas (...) y le acabaron de matar con una estocada que le dieron en la garganta", según refieren las crónicas.

Su cadáver fue enterrado casi clandestinamente en un patio de la Catedral, pero alguien debió sacarlo de allí pues ya en 1661 un acta catedralicia menciona que en una cajita de plomo se guarda un cráneo con esta leyenda: "Aquí yace la cabeza del Señor Marqués don Francisco Pizarro, que descubrió y ganó los reinos del Pirú y los puso en la Real Corona de Castilla".

En todo caso, el rastro del conquistador y fundador de Lima se pierde durante tres siglos, hasta que en 1977 unos trabajos de remodelación en una cripta catedralicia sacan a la luz la famosa cajita de plomo junto a huesos de varios esqueletos.

En un primer momento se celebró la aparición de los restos de Pizarro y en 1985 se trasladaron solemnemente a una capilla de la catedral, convenientemente decorada con escenas de las gestas de Pizarro y "los trece de la fama" (los caballeros que le acompañaron desde Panamá en su aventura peruana).

Pero solo un año después del traslado el historiador Edmundo Guillén Guillén, especialista en el siglo XVI, echó un jarro de agua fría al poner en evidencia el poco rigor con que se habían manejado esos restos, negando así la identidad de los misteriosos huesos.

Ahora el arqueólogo forense Raúl Edwin Greenwich, que durante un año y medio ha dirigido a un equipo de nueve especialistas, ha sometido a los restos a nuevos análisis y ha concluido que "con un ochenta por cien de probabilidad" se trata del esqueleto del extremeño, según comentó a Efe.

No solo porque son los huesos de un "varón, de complexión robusta, diestro, de 1,74 metros y de entre 50 y 66 años".

Greenwich afirma que, entre los detalles que llevan a pensar que se trata de Pizarro, están las numerosas lesiones encontradas, de tipo "cortante-penetrante y cortante-contundente", en el cráneo, vértebras cervicales, dorsales y primera lumbar que concordarían con la muerte violenta del conquistador.

Además Greenwich afirma que la alta concentración de plomo encontrada en el cráneo ahora examinado llevan a pensar que llevaba mucho tiempo encerrado en la cajita de plomo.

Del mismo modo, los huesos de los talones presentan inflamaciones propias de alguien que durante su vida tuvo que hacer largas caminatas (como las hizo Pizarro en su juventud), así como restos de metal que se corresponderían con las espuelas con que se amortajó al cadáver.

La confirmación de la identidad de Pizarro -reconoce Greenwich- no será completa hasta que no se realice un análisis de ADN, pero también esto presenta sus dificultades: no existe descendencia por línea directa del marqués, por lo que habría que buscarlo en sus antecesores.

En la Iglesia de Santa María de la ciudad extremeña de Trujillo (ciudad natal de Pizarro) hay identificadas once tumbas donde podrían hallarse osamentas de parientes maternas de Pizarro, y Greenwich sueña con viajar un día a tierras cacereñas a completar su investigación.

Y mientras tanto, en la tierra que le dio la fama, la memoria de Pizarro es paradójicamente incómoda: su estatua ecuestre, idéntica a la que preside la Plaza de Trujillo, fue retirada por el alcalde Luis Castañeda del lugar de honor que ocupaba en una plaza limeña y relegada a un parque trasero al Palacio de Gobierno.

Signo de los tiempos de una América que reinterpreta su historia, la ciudad que Pizarro fundó es ahora la que oculta la memoria del conquistador que doblegó al Imperio Inca.