El atentado contra Rommel

Erwin Johannes Eugen Rommel,


Geofrey Keyes sabía que estaba corriendo un gran riesgo como teniente coronel de los "comandos", Keyes se daba perfectamente cuenta del peligro que representaba colocar una sub-ametralladora en el estómago de un centinela. Pero tenía que forzar la entrada y nueve de diez hombres se quedaban aterorizados, helados por la sorpresa cuando sentían la presión del cañón del arma.

Nueve de diez hombres, sin embargo, Keyes no tuvo suerte aquella noche.

El centinela alemán emitió un gruñido y movió su brazo por acción refleja. Cogió el corto cañón por la punta y lo hizo a un lado con un solo movimiento, y se aferró. Cuerpo a cuerpo él y Keyes luchaban por la posesión del arma en la entrada. Cala una lluvia torrencial norafricana que resonaba como tambor.

-Era una situación ridícula, -afirma el Capitán Robin Campbell que permanecía inmóvil precisamente atrás de Keyes-. Ellos estaban tensos y jadeaban como luchadores, permaneciendo así por, aproximadamente, diez segundos. El alemán luchaba por su vida; Keyes lo hacía desesperadamente para librarse del hombre sin despertar a todo el cuartel general.

"Antes que pudiera moverme para rebasar a Keyes, el centinela lo había arrinconado contra la pared, aún sosteniendo el arma, y con cada uno de sus costados protegidos por las puertas de entrada.



Campbell sacó su Colt .45. Se inclinó sobre el chorreante ya casi exhausto Keyes y le metió un tiro en un ojo al alemán. El estampido de la Colt hizo eco una y otra vez a lo largo del oscuro corredor. El casco de acero del alemán resonó cuando su cabeza golpeó el suelo de piedra. Y Keyes, liberado de aquel centinela de reacciones rápidas que jamás pensó encontrarse, corrió por el largo pasillo con Campbell pisándole los talones. Ya no había motivo para guardar silencio. La incursión contra Rommel estaba en todo su apogeo. Ya era cosa de matar o ser muerto, y si la acción moratoria del centinela les había impedido atrapar al general... Bueno no había tiempo para pensar en esto ahora, los incursionistas que iban tras de Rommel sembraban la muerte. Abrían a puntapies puerta tras puerta, rociando a los ocupantes de las habitaciones con balas y lanzándoles granadas de acción rápida. En total dieron muerte a unos treinta hombres y oficiales del Afrika Korps, varios de ellos, hombres clave del Estado Mayor de Rommel.

Sin embargo no lograron capturar al general Panzer Erwin Rommel, y a su vez los incursionistas encontraron la muerte. Casi todos ellos. Keyes, jefe y creador de la operación fue destrozado por la explosión de una automática cuando abría la puerta final al extremo del corredor para que Campbell lanzara su granada. La granada explotó, silenciando a los ocupantes del cuarto y Campbell cayó por un instante sobre el derrumbado Keyes.

La cara de Keyes era una masa sanguinolenta.
Capturen a Rommel -musitó- y cerró los ojos.
Campbell se irguió y corrió hacia las escaleras esperando hacer precisamente eso.

* * *

Es una ironía aceptada de la guerra que la sangre y el valor extremado a menudo se gastan inútilmente.

Rommel, en ese momento se encontraba cómodamente sentado en Roma, con su esposa a su lado, levantando una copa de champagne en una fiesta de cumpleaños que se daba en su honor. A mil millas de distancia los hombres lo buscaban y morían en una de las más audaces acciones de guerra.

¿Quién planeó aquella emboscada nocturna para un general enemigo a quinientas millas atrás de las líneas enemigas? ¿Qué clase de hombre llevó a cabo esta sardónica fiesta de cumpleaños intentando destruir el mito de la invencibílidad de Rommel, en una misión que sus superiores calificaron de plano como completamente suicída? ¿Quién fue el hombre alabado después de muerto por el mismo rey por su "temeraria audacia", y por qué insistió en abrir personalmente en aquella tormentosa noche la puerta que le iba a poner cara a cara con el factor humano dominante de la guerra del Africa del Norte?

Geoffrey Charles Tasker Keyes fue mayor a los veintitrés años y cuatro meses después teniente coronel, y sin embargo, odiaba la guerra. Cuando era joven fue tímido e introvertido, con pretensiones intelectuales, y sin embargo, en Eton tomó clases de boxeo y jiu-jitsu. Juró que nunca entraría al servicio militar pero fue a Sandhurst, en donde se graduó como subalterno en el Royal Scots Greys ocupando el cuarto lugar en una clase de doscientos.

La dificultad con Geoffrey Keyes eran sus antecesores, un Keyes había defendido a Inglaterra y a su Imperio en cada generación desde la Armada Española de 1588. El propio padre de Keyes fue un héroe de la Primera Guerra Mundial y cuando muchacho, Geoffrey Keyes había hecho un crucero por el Mediterráneo en el yate del al:mirante.

Era incapaz de olvidar la tradición familiar, ni tampoco sus jefes superiores, quienes lo obligaban a marchar a la cabeza de otros oficiales menores, a pesar de su timidez con las tropas y de su apariencia completamente desproporcionada para un milítar (incluyendo un defecto de miopía ocasionado por un brote prematuro de escarlatina, una cara de luna llena y un bigotíllo delgado y afectado).

Keyes entró a los comandos a causa de que su padre y un amigo personal de Churchill, habían ayudado a organizarlos. Por lo menos ése era el sentimiento general del conjunto de Oficiales del Grupo Número 11 de Comando Escocés, y de las clases. A Keyes a pesar de la tradición de su nombre, se le consideraba como demasiado delicado y de poca brillantez para estar con los audaces y rudos componentes del Número 11.

El 8 de junio de 1941 cambió todo eso. Se informó que habían aterrizado en Siria, con la convivencia del Vichy francés, un grupo de paracaidistas alemanes y el Alto Comando aliado se movió rápido para contrarrestar el golpe. Sin embargo, los tan subestimados franceses resistieron en forma salvaje y rechazaron a los australianos en el fronterizo río Litani, después de un sangriento asalto que costó a los australianos el veinticinco por ciento de bajas.

A la mañana siguiente la Marina Real desembarcó al Comando Número 11 a las 4 a. m., con órdenes de apoderarse de una cabeza de puente sobre la orilla norte. El intenso fuego obligó a la Marina a desembarcar al Número 11 en la orilla sur. Los comandos utilizaron una canoa de remos para cuatro hombres facilitada por los australianos y principiaron el cruce. Un impacto directo de un 75 francés eliminó a una de las canoas haciendo de Keyes el oficial al mando del asalto. Por cuatro veces, Keyes personalmente impulsó los remos de la canoa furiosamente cruzando el río bajo el fuego de ametralladoras, morteros y granadas de 75. Finalmente con diez y ocho hombres y otros dos oficiales asaltó y capturó el reducto fortificado, volvió sus cafiones sobre la batería que dominaba el cruce y la silenció. A continuación los comandos procedieron a eliminar los nidos de ametralladoras y los morteros. Se sostuvieron en la cabeza de playa contra los contraataques franceses hasta el siguiente día cuando los australianos los arrojaron a Siria.

Keyes merecía y obtuvo la Cruz Militar y el respeto de sus hombres por esa acción.

Un rudo combatiente del Número 11 llamado David S. Brodie, recuerda: "en los desfiles era muy estricto de la disciplina y de los detalles y al principio nos figurarnos que era como muchos otros, que simplemente viviría al abrigo de la reputación de su padre. Sin embargo, después del Litani todos los hombres de la Unidad lo hubieran seguido de ida y vuelta al infierno, yo estaba con él y puedo decir con toda honradez que ignoraba por completo el significado de la palabra miedo".

Geoffrey Keyes


Eso habría bastado para un hombre ordinario. Pero había algo más en Keyes, algo que le ordenaba continuar, aquellos eran los días en que la leyenda de Rommel se agigantaba. En febrero de 1941, el Ejército Británico del Nilo había avanzado ochocientos kilómetros en dos meses persiguiendo a los italianos y capturando ciento treinta mil prisioneros, cuatrocientos tanques y mil doscientos cañones al costo de dos mil bajas. Inglaterra había estado ensoberbecida con la victoria y los había arrojado más allá de Benghazi, aparentemente lista para otro empuje de ochocientos kilómetros hacia Trípoli.

El Ejército del Nilo, había solamente esperado para reagruparse y reabastecerse, y poco les preocupó cuando a fines de febrero un escaso grupo de tropas alemanas desembarcó en el Golfo de Trípoli, había mucho más interés con relación a las noticias de que el general Erwin Rommel había llegado y, en efecto, había asumido el mando de las fuerzas del Eje. ¿Quién era él, sino otro comandante de la División Panzer? El había peleado en Franda pero aquí en Africa se enfrentaba a un ejército fogueado y victorioso. Encontraría que las cosas iban a ser diferentes.

El 31 de marzo, Rommel había desatado una serie de deslumbrantes ataques y correrías que lo pusieron a ochocien&m kilómetros al Oriente; bien dentro de la frontera egipcia y fácilmente había eliminado los débiles contraataques de Wavell en los meses que siguieron, en tanto organizaba su línea de abastecimiento y reservas. Rommel hizo todo aquello con una división motorizada alemana y un regimiento Panzer, además de los elementos italianos que tan fácilmente quedaron derrotados dos meses después.

Así pues, la leyenda de Rommel crecía incluso entre los ingleses. Y así fue como Keyes comenzó a pensar en Rommel. Si sólo un hombre era responsable de todo esto, ¿por qué no eliminarlo y hacerlo precisamente en el momento en que las fuerzas del imperio estaban listas para asestar un golpe aplastante? Quizá en la confusión resultante el Eje podría ser elimínado del Africa de una vez por todas.

En El Cairo, Keyes acorraló a todos y cada uno en el Cuartel General del Ejército del Nílo. Lo promovieron a teniente coronel, pero solamente escuchaban su plan pon un oído. Por un motivo, no era honorable; no se puede matar generales enemigos en sus propios cuarteles generales muy lejos de la línea de fuego y a la mitad de la noche. Pero tampoco era muy honorable arrastrarse detrás de un descuidado centinela, cortarle la garganta o agarrotarlo, alegaba Keyes, aun cuando los comandos habían sido entrenados para hacer precisamente eso... Y lo harían en intervalos bastante regulares. En la guerra moderna las líneas de batalla son flexibles argüía Keyes y si los ingleses estaban preparados para hacer frente al hecho de que en alguna ocasión, en algún lugar, los alemanes podrían tratar de matar a sus generales entonces no había ninguna razón por la que Rommel, el más importante soldado enemigo del Africa, no fuera muerto cuando y donde se pudiera encontrar.

Lentamente, la lógica impersonal de la posición de Keyes comenzó a filtrarse, y, después de meses de alegatos, obtuvo un gran "procede. El asesinato de Rommel como hombre y como leyenda tendría lugar a la media noche del 17 de noviembre. La ofensiva principiaría al amanecer, seis horas después.

"Keyes estaba jubiloso" -recuerda el coronel (ahora mayor general) Robert Laycock en aquel tiempo, jefe de todas las operaciones de comando en el Mediterráneo. Pero dí mi autorizada opinión de que las oportunidades de que fueran evacuados después de la operación, eran sumamente débiles. El ataque a la casa de Rommel, aun cuando tuviere éxito, significaba una muerte casi segura para los que tomaran parte en él".

-Hice estos comentarios -agrega Laycock-, en presencia de Keyes, quien me suplicó que no los repitiera, a menos que la operación fuera cancelada.

El entusiasmo de Keyes era tan contagioso que finalmente Laycock se dio por vencido y se unió activamente a los que planeaban la operación y al final se encargó de manejar el peligroso desembarque desde los submarinos, a lo largo de la costa enemiga, técnica en la que era particularmente diestro. Los dos analizaron cada fragmento de información de la Inteligencia y aún enviaron a un agente especial, un capitán inglés que hablaba árabe para explorar el área con varios meses de anticipación. Su informe: Al Cuartel General del Estado Mayor en Beda Littoria. "El primer edificio se encuentra a la derecha entrando a la aldea procedente de Cirenia y en un silo, a continuación una hilera de bungalows, después, regresando por el camino, - se encuentra un gran edificio de dos pisos rodeado de cipreses, con un exterior triste y sombrío. Ese es el lugar".

Ahí era en donde Geoffrey Keyes daría muerte a Erwin Rommel y a tantos del Estado Mayor como fuera posible, extendiendo el pánico y desmoralización entre las fuerzas del Eje en Africa, en tanto los ahados desencadenaban su nueva y climática ofensiva.

Era muy bello en teoría, pero terriblemente equivocado. Aun cuando Rommel no hubiese estado en Roma era posible que Keyes no lo habría encontrado en la sombría mansión de Beda Littoria que servía como cuartel general suplente. El general en ocasiones conferenciaba con su Estado Mayor en aquel lugar, pero su cuartel general personal se había mudado a una ruta situada a pocos kilómetros del pueblo. Esta ruta nunca fue descubierta por la Inteligencia Británica.

Los espías alemanes, eran más diestros; por ejemplo, Rommel sabía que las fuerzas del Imperio Británico podrían lanzar una ofensiva entre el 15 y el 25 de noviembre (Un agente nazi disfrazado de hermana enfermera había sorprendido una exclamación casual de un empleado del Cuartel General del Ejército del Nilo, hospitalizado en Jerusalén, según Manfredo, hijo de Rommel y editor de los papeles del general).

Esta fue una de las razones que hicieron que el jefe del Afrika Korps volara a Roma. Deseaba obtener permiso del coronel general Alfred Jodl para aplastar a una irritante división australiana y que aún se sostenía lejos de su retaguardia en el rebasado Tobruk. Esto liberaría a cuatro divisiones italianas y a tres batallones de la Quinta División Ligera (Motorizada) alemana para afrontar el ataque esperado. Su fiesta de cumpleaños fue idea de su esposa. Fue una de las pocas veces que Rommel se permitía descansar completamente de las preocupaciones de las batallas.

Así pues, en Beda Littoria se montó un escenario completamente vacío, un escenario en el cual se iba a representar un drama fútil, de osadía y muerte, por Geoffrey Keyes y sus comandos.

A las 4 p. m. del diez de noviembre de 1941 descendieron por el puerto de Alejandría y treparon por la torreta del submarino Torbay. Al lado de Keyes, del coronel Laycock y del capitán Campbell, había veinticinco hombres. Un segundo submarino el Talismán, llevaba al teniente Guy Coock y a veintisiete hombres más. De todo este grupo solamente Campbell no era comando, y probablemente pagó al final por este hecho con la pérdida de una pierna al olvidar una de las órdenes de Keyes en la Mansión. Campbell, amigo íntimo de Keyes, era attache del Cuartel General en El Cairo y había insistido con Keyes para que le permitiera acompañarlo hasta que finalmente obtuvo lo que deseaba.

Una vez en el mar, hubo mucha especulación entre los tumandos sobre su punto final de destino, Brodie, a bordo del Torbay recuerda: "tuvimos finalmente la certeza de que la acción se iba a desarrollar en Creta o en Rodas, en el Mediterráneo Oriental".

Dos días después Keyes leyó las órdenes a los hombres. -Quedamos sorprendidos y un tanto inquietos cuando nos informó que nuestro objetivo era la casa del general Rommel, con Instrucciones de matar al mismo Rommel- comenta Brodie.

En la mañana del trece, el Torbay levantó cautelosamente el periscopio en el lugar designado para el desembarco, una pequeña caleta en la costa Cirenaíca. Sin embargo Laycock tenía sospechas de los rebaños árabes y de sus pastores que se encontraban en las distantes montañas que dominaban la caleta, y los dos submarinos se sumergieron haciendo rumbo mar adentro.

Lo intentaron nuevamente la manana siguiente, convenciéndose Laycock por sí mismo de que la rada estaba desierta. Sin embargo debido a que la marea se elevaba, el comandante del submarino aconsejó que no se hiciera el desembarco aquella noche; pero otra demora hubiera hecho fracasar toda la expedición. Un oleaje pesado, y sin luna, el submarino salió a la superficie de la pequeña caleta un poco después de oscurecer. Como se había predicho, la tormenta aumentó con rapidez. Para cuando los catorce dinghies de dos plazas fueron llevados al puente e inflados, las olas barrían totalmente al submarino.

-De pronto una violenta racha de viento lanzó a cuatro dinghies fuera del submarino llevándose con ellos a Spicke Hughes -recuerda Brodie-. El mar se encontraba tan agítado que perdimos la esperanza de verlo otra vez; sin embargo, apareció sano y salvo unos veinte minutos después remando su propio dinghy y remolcándo a otro que había podido rescatar.

"Con la tripulación del submarino luchamos contra la tormenta toda la noche, en las primeras horas de la mañana finalmente desembarqué en el bote No. 13 que se había volcado cinco veces. El Torbay desembarcó veintiséis hombres de los veintiocho que llevaba, un hombre resultó herido al tratar de desembarcar y el otro se había acobardado y había rehusado trepar al bote en aquel encrespada mar.

Cerca de las 2 a. m., el Talismán recibió instrucciones de entrar al muelle pero cuando se encontraba en posición de atracar, el ventarrón había empeorado, sin embargo, Laycock remó hacia ella cabeceando como un corcho en un remolino. Todos los intentos de desembarcar del Talismán fracasaron; de todos ellos solamente el teniente Cook y cinco hombres llegaron a la orilla. El mismo Laycock fue arrojado al agua; después de decidir que el Talismán haría el intento la noche siguiente y solamente pudo llegar a la orilla nadando desesperadamente.

Aquel fue el princípo de la mala suerte.
Amaneció la fría y gris mañana del quince y los comandos consideraron la situación. Laycock permanecería a la cabeza de playa con cinco hombres, la mayor parte de los abastecimientos y municiones, y esperaría aquella noche la llegada del Talismán. Coock tomaría seis hombres, cortaría las líneas del teléfono y telégrafo en las cruces del camino al Sur de Cirenia y volaría un centro de comunicaciones en las afueras del pueblo.

Esto dejaría a Keyes y Campbell con diez y siete hombres para efectuar la incursión contra Rommel. Esto significaba menos seguridad durante los treinta y siete kilómetros de marcha nocturna y de retirada, pero sin embargo, en nada afectaba al verdadero ataque; ya se había decidido que solamente cuatro hombres entrarían al edificio, por temor de estorbarse unos a otros.

Archibald Campbell


Los cuatro. Keyes, Campbell, Brodie, y un rudo y frío sargento de corta estatura originario de Yorkshire llamado John Terry que era, al igual que Brodie, un artista en la subametralladora Sten.

-Pasé el día con Keyes revisando una y otra vez los planes -continuó Laycok-. Le pedí varias veces que encomendara a algún otro jefaturar el punto crucial de la incursión en el interior del Cuartel General. Traté de demostrarle que era demasiado valioso para los comandos para perderse en lo que esencialmente era la tarea de un pistolero. Desde luego, Keyes rehusó.

Los dos guías -árabes alquilados por el agente avanzado hicieron su aparición durante el día y a las 8 p. m. de aquella noche los dos grupos se movieron. La narración de la parte principal de la incursión, sigue aquí por Campbell:

-La lluvia había cesado pero unas nubes bajas oscurecían completamente la luna haciéndonos tropezar y lanzar maldiciones a la maleza, aproximadamente a las 10 p. m. desapareció el guía árabe y por un momento sufrimos pánico. Sin embargo, Keyes se mostraba frío y animoso. Exploró la trocha que tenía delante y a continuación nos condujo por ella usando únicamente un mapa italiano bastante vago y una brújula. Cerca de la 1 a. m., llegamos a una pequeña altura cubierta de árboles y de maleza y decidimos acampar durante el día.

Principió a caer una persistente llovizna; sin embargo, algunos hombres lograron conciliar el sueño: no obstante, poco después de la alborada del diez y seis, uno de los vigías dio la alarma. Ayudados por su larga práctica, los comandos adoptaron inmediatamente un perímetro de defensa. Desde atrás de cada arbusto encontrado contemplando los cañones de los cortos rifles italianos.

-Nos encontrábamos rodeados por una banda de los árabes más bribones que jamás hubiéramos contemplado-, continuó Campbell, el jefe era tuerto y tenía un vendaje de tela roja alrededor de la cabeza colocado en un ángulo caprichoso. Si no hubieran estado tan sucios hubieran resultado pintorescos.

Keyes se portó a la altura de la situación. Ondeó un documento y solicitó una tregua para parlamentar. El documento era una orden del Jefe de la tribu árabe Senussí (ahora el Rey Sayed Idris I de Libia) para proporcionar toda la ayuda y facilidades necesarias a los igleses aliados de los Senussís en la batalla de veinte años contra los opresores italianos.

Pero el único ojo bueno del jefe nunca pudo aprender a leer y ninguno de los de su banda era mejor usando los dos ojos.

Finalmente la persecución y las deslumbrantes promesas de oro decidieron el incidente a favor de Keyes. Los árabes prometieron cooperar. Condujeron a los comandos a una gruta cercana e incluso proporcionaron un cabrito asado para la cena. Sin embargo, aún temerosos de alguna traición, Keyes condujo a sus hombres fuera de la gruta un poco antes de la madrugada del diez y siete. La incursión estaba dejada para la media noche y todavía quedaba una distancia que recorrer. Keyes decidió el momento de acción para las 6 p. m., un poco después del oscurecer. Se dejó todo el equipo con excepción de las armas y municiones en la caverna bajo la vigilancia de un hombre.

Los expedicionarios se movilizaron a las 6:15 p. m., en medio de una cruel y desatada tormenta.

-Aquella noche tuvimos la peor tempestad que hubíéramos visto, -refiere Brodie-. Estaba tan oscuro, que tenla que aferrarse a la funda de la bayoneta del que tenía adelante para conservar el grupo intacto. Cuando un hombre caía todos caíamos.

Con los dos árabes a la cabeza, deslizándose y arrastrándose continuaron la marcha durante cuatro horas.

A las 10: 30 p. m., llegaron al pie de una escarpada y descansaron brevemente en el lodo. A las 11 p. m. los árabes guías señalaron un sendero que afirmaron conducía a la parte de atrás de la casa de Rommel. A continuación los guías desaparecieron. El teniente Cook y su pequeño grupo partieron para los cruces de la Cirenaica para volar todas las líneas de comunicación.

-A continuación el coronel Keyes se dirigió solo a reconocer la casa -continuó Brodie-. Cuando regresó, el sargento Bruce fue despachado en compañía de tres hombres para inmovilizar todos los vehículos que se encontraran estacionados. El método consistía sencillamente en colocar una bomba de tiempo en cada tanque de gasolina, la cual explotaría algún tiempo después de la hora cero. Bruce me contó después que encontraron la tienda de la guardia enemiga con todos sus ocupantes dormidos, de manera que hice que compartiera una granada entre ellos.

A las 11:30, después de un avance sumamente cauteloso, los comandos llegaron a los edificios exteriores del cuartel general. Keyes y Terry se adelantaron para efectuar un reconocimiento, pero apenas habrían caminado una docena de pasos cuando un perro comenzó a ladrar y a gruñir.

Un soldado italiano y otro árabe salieron de una pequeña tienda de guardias. El italiano comenzó a explorar el área con su lámpara. Keyes, oculto tras de un arbusto, lo maldijo en alemán y en un pésimo italiano, prometiendo fusilarlo si algún perro italiano osaba interrogar a una patrulla alemana. Atendiendo a aquellos sonidos, tan propios de los SS, tanto el árabe como el italiano regresaron inmediatamente a su tienda de guardia y penetraron en su interior.

Keyes y Terry continuaron su patrulla. A las 11:45 regresaron portadores de malas noticias. La puerta posterior de la mansión de Rommel estaba herméticamente cerrada y aparentemente no había modo de penetrar por las ventanas. Keyes sonrió ligeramente.

-En apariencia tendremos que hacer al general una visita formal -dijo-. Por la puerta de enfrente.

No había nada más qué decir, y así, a las 11:55, los incursionistas ocuparon sus puestos. Dos hombres destruirían la planta eléctrica; cuatro vigilarían el jardín y el estacionamiento de los carros para impedir la llegada de cualquier refuerzo una vez que hubiera empezado la acción; otros dos se encargarían de vigilar la tienda de los guardias; dos más en las afueras de un hotel cercano para impedir que alguien saliera; dos, guardarían la entrada y el sendero que conducía a la puerta de enfrente; y finalmente, dos en la parte posterior de la casa.

-El coronel estacionó a Joe Kearney -continúa Brodie- y a Spike Hughes en la puerta de atrás con instrucciones de disparar sobre cualquiera que no diera la contraseña, que era "Lamlash" (campo de entrenamiento de los comandos).

A las 11:59 p. m. Keyes, Campbell, Terry y Brodie, en ese orden, se dirigieron a la puerta delantera de la mansión para matar a Rommel.

Keyes llegó a la puerta y trató de usar el pestillo. No se abrió. Se volvió y emitió un sonido italiano equivalente a un gesto de impaciencia.

A continuación, principió a golpear la puerta lanzando exclamaciones en alemán para que alguien abriera. Caía un fuerte aguacero y era posible que la gente que se encontraba en el interior no lo hubiera escuchado. Gritó más fuerte y para mayor convencimiento principió a dar patadas a la puerta.

Sin embargo, nadie se presentaba.

-Era una sensación terrible permanecer inactivos en aquella lluvia cuenta Campbell-. Finalmente Keyes comenzó a reír y la ironía de ello me afectó. Allí estábamos, después de haber recorrido tanto camino y con tantos peligros y ni siquiera podíamos entrar a la casa.

Sin embargo, Keyes dejó de reír instantáneamente al oír el ruido de una cadena detrás de la puerta, De pronto se abrió la puerta.

Keyes se lanzó al quicio gritando una orden en alemán.

-El centinela se veía un hombre poderoso con su casco y sus botas -recuerda Campbell-, y nunca pareció titubear un instante, Había hecho a un lado el cañón del arma y luchaba contra Keyes. Creí que Keyes podría estrangularlo, de manera que esperé unos segundos. Pero podía observar el corredor a sus espaldas y temí que alguien pudiera salir y descubrirnos apelo tonados en aquella forma en la puerta.

-Así pues, me incliné sobre Keyes y disparé contra el centinela. Se derrumbó azotando el piso con su casco. La entrada estaba libre.

"Keyes corrió por el, corredor y abrió de un tirón la primera puerta. El cuarto estaba vacío. Se ubservaba una rendija de luz debajo del segundo. Keyes abatió de una ráfaga a tres soldados que se encontraban ante una mesa, cerró la puerta y proseguimos.

"Escuché los dísparos que hacía la Sten de Terry y miré hacia atrás, observando que disparaba desde la cadera. Un par de alemanes rodaron casi a sus pies. Cambió la dirección de su fuego a la parte de arriba de las escaleras y vi que un enorme tipo se balanceaba allí y luego caía sobre el pasamano, en la misma forma en que se hace en Hollywood, haciendo un ruido macabro al caer.

Robert Laycock


"Keyes disparó sobre un dormitorio y pidió una granada. Tiré de la espoleta, la lancé y nos dirigimos a la siguiente puerta. Hasta ahora no habíamos encontrado nada que se pareciera a un cuartel general, o a las habitaciones de un general. Nuestra siguiente visita fue a un cuarto de mapas, allí nos estaban esperando. Sin embargo, el primero en lanzar una andanada fue Keyes, y cerró la puerta. Son oficiales; gritó.

- ¡Espera! --exclamé-. Les lanzaré una granada.

Keyes tomó nuevamente el pestillo de la puerta mientras yo quitaba la espoleta.

- ¡Ahoral -exclamé, y Geofrey abrió la puerta. Lancé la granada y observé como rodaba hacia el centro de la habitación. Pero alguien de los que estaban allí tenía una automática y antes de que Keyes pudiera cerrar la puerta disparó sobre él y lo derribó.

Mi granada estalló y ya no escuchamos ningún otro sonido. Me incliné sobre Keyes. Estaba bañado en sangre. Principié a incorporarlo pero abrió los ojos y dijo:

- ¡Agarren a Rommel!

"Proviniendo de Geoffrey aquello equivalía a una orden terminante.

"Retrocedí hasta donde se encontraba Terry y juntos comenzamos a subir las escaleras. Allí se oían disparos. Terry abatió a dos enemigos en el corredor y continuamos subiendo. Alguien asomó una pistola fuera de un cuarto y nos hizo un par de disparos. Le lancé una granada y desapareció. Barrimos a disparos otro cuarto. En un segundo cuarto encontramos a un alemán oculto debajo de una cama.

" -¿where it is Rommel? -le grité, pero no pudimos obtener ninguna respuesta.

"Escuchamos disparos afuera, en el jardín. Buscamos en otro cuarto. Estaba vacío.

-No creo que se encuentre aquí -dije a Terry.

"Por precaución arrojé dos granadas hacia el salón, y eso fue todo. Ahora era más intenso el ruido de los disparos en el exterior, Brodie se encontraba en la entrada. En el piso bajo, Terry empezó a aproximarse a Geoffrey, que todavía se encontraba en la forma en que lo habíamos dejado.

-Es inútil -dije-. Estaba convencido de que había muerto.

En esta forma terminó la parte ofensiva de la expedición para matar a Rommel. Sin embargo, nuestra mala suerte aún no había terminado.

-El capitán Campbell dio la orden de "reunión"-continúa Brodie-, de manera que corrí hacia la puerta delantera, según las órdenes de Keyes. Sin embargo, Campbell atravesó corriendo la casa y salió por la puerta trasera. Los dos centinelas no se dieron cuenta de lo que se les venía; no dio la contraseña, de manera que Spike abrió fuego con su Tommy y le destrozó una pierna a Campbell.

"Terry continuó corriendo hacia el sitio de reunión, y a medida que yo rodeaba la casa corriendo y gritando "¡Lamlash!", Spike me relató lo que había sucedido. Revisamos la pierna de Campbell, pero era inútil pensar en trasladarlo durante cerca de cuarenta kilómetros de regreso con nosotros, de manera que nos dijo en dónde guardaba sus tabletas de morfina y sus últimas palabras antes de quedar inconsciente fueron:

-Localicen la estación generadora y destrúyanla.

"Busqué la pequeña planta en la oscuridad (aún estaba funcionando) y mis oídos fínalmente me condujeron a ella. Le lancé una granada de mano y una bomba incendiaria e inmediatamente se apagaron todas las luces, tanto en el pueblo como en el hospital. A continuación me reuní con los otros en el sitio convenido para emprender el largo camino de regreso.

-Sin embargo, no era tan fácil como parecía.

-El terreno rocoso era demasiado peligroso en la oscuridad y nos dimos por vencidos cuando el sargento Terry sufrió una caída de aproximadamente cuatro metros en un risco y perdió su arma. Al amanecer encontramos nuevamente el arma y continuamos la marcha. Tratábamos de localizar la cueva en donde habíamos dejado el día anterior a un hombre herido para que descansara y cuidara de nuestro equipo adicional, pero los guías árabes habían desaparecido y no logramos localizarla.

El principal grupo de expedicionarios, conducidos por Terry, llegó de regreso a la playa cerca de las 5:30 p. m., justo al anochecer. El grupo de Cook los habla precedido.

-Aquella noche el Torbay se acercó todo lo que pudo, pero la costa era sumamente escabrosa y el mar aún estaba muy agitado; así que, el comandante Myers señaló que no podría amesgar su nave y que regresaría la noche siguiente. Teníamos una canoa desmontable de lona, dice Brodie, pero quiso nuestra suerte que la encontráramos averiada; en otra forma hubiéramos tendido un cable al submarino para que nos remolcara.

Adustos, y no sin cierta aprensión los comandos se instalaron en la playa para esperar otro día. Laycock colocó dos ametralladoras y un pequeño mortero con veinte cargadores en la orilla y cavaron una cuidadosa defensa alrededor de la cabeza de playa. No obstante, nadie abrigaba muchas esperanzas, no podrían dejar de descubrirlos los alemanes al segundo día después de la incursión.

Los comandos pasaron unas pocas horas después del alba durmiendo lo mejor que pudieron y cornentando en voz baja el ataque. Especulaban acerca de si Rommel posiblemente se encontrara entre los oficiales muertos tan rápidamente en aquella mansión gris, si Keyes sería recompensado con la Cruz Victoria, el más alto galardón británico (se la concedieron el 19 de junio de 1942), y que si de todas formas e¡ asalto habría tenido algún efecto sobre la ofensiva que ahora se desarrollaba.

* * *

Aproximadamente a las 8 a. m., un avión enemigo voló bajo sobre la costa, pero los comandos creyeron que no habían sido descubiertos. Reasumieron inquietos su espera. A las 10 a. m., se presentó una patrulla alemana conducida por árabes. Los comandos abrieron fuego. Los alemanes lo contestaron y enviaron correos en busca de refuerzos. El asunto se iba a decidir en unas cuantas horas; los alemanes atacaron con un tanque e irrumpieron sobre las débiles defensas con facilidad. Los comandos trataron de disparar su mortero utilizándolo como cañón antitanque, pero no obtuvieron ningún resultado. Laycock dio la única orden posible: separarse y que cada quien se cuidara como mejor pudiera.

Con excepción del mismo Laycock y de Terry, ninguno lo hizo. Juntos huyeron hacia el oriente, vagando por el desierto durante treinta y siete días, yendo a dar, delirantes y medio muertos de hambre a una avanzada del Octavo Ejército, el día de Navidad.

¿Qué sucedió a los otros? La historia no está clara. Es indudable que el desierto devoró a algunos; Laycock y Terry, después de algunos días de caminar hicieron un estofado con huesos de carnero y ajos silvestres. Mientras lo estaban cocinando un árabe llegó al campamento. Después de oler la olla la volvió. Los furiosos comandos se le echaron encima; finalmente, el árabe los hizo comprender que los "ajos" les podría haber producido una ceguera total en cosa de horas.

Indudablemente otros árabes eran menos bondadosos. El benefactor de Laycock y Terry enseñó los cinco dedos de una mano y luego se pasó el índice por la garganta, indicando que los árabes habían degollado a cinco comandos que huían y habían entregado sus cadáveres a los alemanes, por la elevada recompensa que ofrecían.

Algunos fueron hechos prisioneros: Campbell perdió la pierna pero sobrevivió a la guerra; Cook murió de parálisis infantil en un hospital de Londres hace pocos años, Bruce es ahora el poseedor de una granja en donde cría ovejas, en Australia; Brodie y otros seis, tuvieron una suerte típica: vagaron durante ocho días por el desierto, llegaron a un fuerte de Mekili, ocupado por los alemanes. El desesperado -grupo se ocultó esperando que llegara la noche, con la idea de hacer una incursión para hacerse de vituallas; de pronto, los italianos cayeron sobre ellos. Un grupo británico de gran alcance en el desierto había atacado furiosamente el fuerte hacía sólo unas cuantas horas y los italianos estaban esperando que regresaran.

Así pues, el ataque sobre Beda Littoria, constituyó un total desastre. Fracasó en su propósito y sólo regresaron dos hombres. Sin embargo, nada de esto se refleja sobre la audacia y determinación de los hombres que llevaron a cabo el asalto, ni tampoco sobre los que lo planearon. En los informes capturados a los alemanes, entre la lista de bajas en el ataque, existe la curiosa anotación de que un hombre desesperado y herido habla dejado un rastro de sangre cuando se arrastró desde el corredor principal y subió las escaleras hasta la entrada de un cuarto del segundo piso.

En aquel lugar dos alemanes más se encontraban muertos y ahí yacía el cuerpo de un teniente inglés, con una subametralladora entre los brazos, su dedo sobre el gatillo y el cargador vacío.

Aquel cuerpo pertenecía a Geoffrey Keyes, que había ido a matar a Rommel y que nunca dejó de intentarlo hasta que no tuvo más valor que gastar... o vida que arriesgar.