Cuando Hitler sintió la humillación en su propia Olimpiada

El dictador en las gradas del estadio de Berlin


Hitler organizó las Olimpiadas de Berlín en 1936 con el afán, entre otras cosas, de dar mas auge y publicidad a su política sobre la superioridad racial, pero nunca esperó que el atleta afroamericano Jesse Owens, que en presencia y frustración del dictador, derrotara a sus mejores atletas arios.

Hitler pretendió convertirse en el centro de atención de los Juegos Olímpicos con su política de superioridad racial. Sin embargo, el super hombre de la cita olímpica resultó ser el atleta negro Jesse Owens, quien bajo las narices del Fuhrer, ganó las cuatro pruebas para las que se inscribió.

Los Juegos Olímpicos, que habían sido interrumpidos por la I Guerra Mundial en 1916, llegaron en 1936 a la Alemania de Adolf Hitler, donde éste aprovechó la ocasión para reinvindicar a su país, que había estado prácticamente marginado del escenario internacional desde el final del conflicto bélico.

Por tal razón los Juegos de Berlín estuvieron altamente politizados. Hitler acudió todos los días a las competencias para ver a los más de 4 mil atletas de 49 países que aceptaron su invitación.
Más de un millón de aficionados alemanes, que en ocasiones parecían más soldados nazis que amantes del deportes, rompieron récords de asistencia del público.

Owens versus Long

Lutz Long y Owens, celebrando el deporte.


Los alemanes ganaron la mayor cantidad de medallas (89), pero para Hitler y sus tropas nazis, la actuación de Owens fue una verdadera humillación en su propio patio.

Owens, quien un año antes había roto tres récords mundiales y empatado un cuarto en apenas 45 minutos de competencias, se llevó el oro en los 100 metros planos, en los 200 con un nuevo récord mundial -, en la salto largo y en los relevos de 4 por 100.

Luz Long era el representante por excelencia de la raza Aria. Su victoria como saltador en los Juegos Olímpicos de Berlín 1936 estaba supuesta a demostrar, una vez más, la superioridad de los genes germanos sobre los del resto de las etnias mundiales. Estaba supuesta a demostrarlo, pero un pequeño gesto de humanidad, lo cambió todo.

Aquel cuatro de agosto de 1936, las emociones no podrían haber sido más vacilantes para el Tercer Reich. Jesse Owens, el negro de raza que había terminado de obtener el oro en la competencia de los 100 metros llanos, amenazaba ahora con ganarse un pase a las finales de salto en largo de los mismos juegos y competir contra el ario Long. Y tal hazaña, romper con los 7,15 metros establecidos por la prueba, no hubiera costado mucho a Owens, de no ser por la gran parcialidad con que los jueces de prueba calificaban los saltos de aquel hombre de tez oscura, que ya había logrado robarse una pequeña parte del gran sueño hitleriano.

Por su parte, el rubio Long ya había cumplido su cometido en la competencia de aquella jornada; Owens, por el contrario, tenía una situación más difícil: dos de los tres saltos posibles concedidos por el Comité en caso de fallo, habían sido dados como inválidos por los jueces de la competencia. Posiblemente las presiones generadas por el Führer hayan determinado que los dos primeros saltos de Jesse Owens se hayan considerado como “pisar la tabla” de inicio de salto. Al deportista, por ende, le quedaba solo un salto para ser descalificado; probablemente Hitler estaba contento. O nervioso. O ambas.

Fue en ese momento, en que uno de los actos humanitarios más simples de una persona, fue consagrado como una de las hazañas más recordadas en la historia del deporte: aún contra las sabidas presiones del nazismo entero, Luz Long, la esperanza aria, se acercó a su contrincante afroamericano para sugerirle que tomara el salto desde una distancia de varios centímetros antes de la tabla de inicio. El alemán sabía que a Owens le sobraba distancia para clasificar, aún prolongando su vuelo desde un largo que fuera imposible de rebatir por los jueces. Siguiendo el consejo del Long, Owens no tuvo problemas para pasar a la instancia final, celebrada al día siguiente.

Jesse Owens, medalla de oro; Luz (o Lutz) Long, medalla de plata; el japonés Naoto Tajima, medalla de bronce.


El cinco de agosto de 1936, Luz Long, tras un salto 7,87 metros de longitud, obtuvo la medalla de plata, mientras que Owens, con 8,06 metros, ganó el oro y un nuevo record olímpico. No bastando con desafiar la autoridad del régimen Nazi el día anterior, el alemán, y en un gesto memorable de humildad, fue el primero en saludar y fotografiarse con el nuevo campeón de salto en largo olímpico.

Luz Long continuó su vida deportiva algunos años, y tras su retiro ejerció su profesión de abogado. Cuando comenzó la segunda guerra mundial y como un castigo a aquella “traición” al partido, Long fue enviado a combatir en Italia. A pesar de la excepción que se hacía con los deportistas destacados, Luz Long fue enviado al frente, y murió en acción, el 13 de julio de 1943.

Jesse Owens, quien viajó a Alemania para conocer a la familia del difunto, diría que "se podrían fundir todas las medallas y copas que gané, y no valdrían nada frente a la amistad de 24 quilates que hice con Luz Long en aquel momento".

Como título póstumo, Luz Long fue distinguido con una medalla Pierre de Coubertin, el máximo reconocimiento olímpico. Aunque estadísticamente las medallas olímpicas de Berlín hayan sido obtenidas en su mayoría por los atletas alemanes, aquel 5 de agosto quedará como el día en que un pequeño gesto de solidaridad ganó a la opresión de una dictadura; o también como el día en que Hitler perdió las Olimpiadas.

Diario contando la hazaña de Owens


La actuación del extraordinario atleta estadounidense dio pie a que el día de sus hazañas en Berlín (el 4 de agosto de 1936) fuera bautizado, con una alta dosis de sarcasmo en contra los alemanes, como El Martes Negro de Berlín.

Mathew Robinson

Busto de Mathew Robinson


Otro atleta negro, Mathew Robinson, también escribió su pequeño capítulo de historia al ganar la medalla plata en los 200 metros, tras cruzar la meta tres metros detrás de Owens. Robinson pasó a la historia no sólo por esa medalla de plata en Berlín, sino porque más tarde incrementó la fama de la familia, cuando vio a su hermano Jackie debutar en las Grandes Ligas en 1947 con los Dodgers de Brooklyn y con ello romper la barrera racial en el béisbol de Estados Unidos.

Más allá de la intromisión política en los Juegos, la edición de Berlín 1936 quedó registrada en la historia como la primera que fue transmitida por televisión, aunque haya sido sólo en un circuito cerrado.

También en Berlín se fundó la tradición del recorrido de la llama olímpica traída desde el templo de Zeus en Atenas. Más de 3 mil corredores hicieron relevos a lo largo y ancho de siete países hasta llegar al estadio Olímpico de Berlín, donde la llama ardió hasta la clausura.

Medallistas afroamericanos en las Olimpiadas arias

David Albritton - Salto de altura, plata
Cornelius Johnson - Salto de altura, oro
James LuValle - Carrera de 400 metros, bronce
Ralph Metcalfe - Carrera de relevos 4x100 metros, oro
100 metros lisos, plata
Jesse Owens - 100 metros lisos, oro
200 metros lisos, oro
Salto de longitud, oro
Carrera de relevos 4x100 metros, oro
Frederick Pollard, Jr.- 100 metros con vallas, bronce
Matthew Robinson - 200 metros lisos, plata
Archie Williams - Carrera de 400 metros, oro
Jack Wilson - Boxeo peso gallo, plata
John Woodruff - Carrera de 800 metros, oro

La guerra volvió a parar los Juegos

Jesse Owens


Lo que también continuó ardiendo en Europa después de los Juegos fueron las disputas políticas, surgidas a raíz de la política expansionista de Hitler y que dieron paso a la II Guerra Mundial.
La sede de los Juegos Olímpicos de verano de 1940 fue concedida a Tokio, pero desde el verano de 1930 los japoneses estaban ya en guerra con China.

El Comité Olímpico Internacional transfirió la sede a Helsinki, pero los fineses fueron invadidos por los rusos en 1939. Poco después, Alemania invadió Polonia y no hubo más remedio que cancelar la cita de 1940.
Los japoneses atacaron Pearl Harbor dos años más tarde y las bombas no dejaron de caer en diferentes partes del mundo hasta 1945. Por tal razón los Juegos del 1944 también fueron cancelados.

El conflicto bélico fue tan brutal, que muchos de los participantes de los Juegos de 1936 en Berlín, fallecieron en la guerra.
Así, el calendario olímpico fue interrumpido durante ocho años, tras los cuales la familia olímpica volvería a reunirse otra vez en Londres en 1948, bajo el símbolo de una paz renovada.