Casualidades



Hay momentos en la vida en que nos encontramos con hechos muy extraños, los cuales solo podemos explicar como una casualidad del destino. ¿Pero en realidad hay algo mas que eso?.
Los investigadores británicos Martin Plimmer y Brian King, autores del libro "Más allá de la coincidencia" barajan una serie de posibles explicaciones para estos sucesos inexplicables, que van desde la influencia de los astros, hasta los principios del cálculo de probabilidades, pasando por la religión, la parapsicología, la telepatía e incluso la magia.

A partir de una particular interpretación sobre la teoría de la relatividad de Albert Einstein, se inclinan por la existencia de un Universo en el que distintos tiempos y espacios se hallan interconectados, y en el que las coincidencias serían el fruto de dichas intersecciones.

A continuación podemos ver una recopilación de hechos increíbles, que nos hacen plantearnos si la casualidad existe:

La bala que halló a su víctima después de 20 años:
En 1893 Henry Ziegland, de Texas, abandonó a su amada. Ésta se suicidó y, para vengarla, su hermano disparó contra Ziegland, pero la bala paso rozando la cara del novio desertor y fue a incrustarse en un árbol. Veinte años después, Ziegland intentó cortar el árbol que tenía la bala en su interior y uso para ello dinamita. La explosión disparó la vieja bala, que mató a Ziegland.

Laura y su globo
junio de 2001, una niña de diez años llamada Laura Buxton escribió su nombre y dirección en un trozo de papel, pegó el papel en un globo de helio y lo soltó desde su jardín. El globo recorrió casi 225 kilómetros hasta que aterrizó en el jardín de otra pequeña de diez años, ¡qué también se llamaba Laura Buxton! . La segunda Laura se puso en seguida en contacto con la primera y desde entonces han sido amigas. Han descubierto que no sólo comparten el mismo nombre y edad, sino que las dos tienen el pelo claro, un perro labrador, un conejito y un conejillo de Indias.

El auto maldito:
El actor James Dean murió en 1955 cuando su coche deportivo, un Porsche spider, se salió de la carretera y se estrelló. El auto lo llevaron hasta un garage, donde se desmoronó sobre un mecánico y le rompió una pierna. Vendieron el motor a un doctor que lo colocó en su coche y murió durante una carrera. En esa misma competición, otro coche que llevaba piezas del Porsche de Dean se accidentó y falleció su conductor

La madre de todas las coincidencias:
La confusión se extendió por el pabellón de maternidad de un hospital en Australia, cuando se presentaron dos mujeres con el mismo nombre, a punto de dar a luz. Las dos, llamadas Carole Williams, parieron a dos niñas el mismo día, que era el cumpleaños de las dos mamás.

Rey Umberto de Italia:
Una sorpresa inclasificable espera al rey Umberto de Italia la noche del 28 de julio de 1900, cuando decide ir a cenar a una posada próxima a Milán: ¡el posadero es su vivo retrato! Pero más sorprendido queda cuando, al conversar con él, descubre que ambos han nacido en la misma ciudad, su doble se llama Umberto como él, se había casado en igual día que el mismo rey, en idéntica ciudad y con una joven llamada Margarita, como la reina. El día en que Umberto fue coronado rey, el otro Umberto había abierto su posada. Desconcertado, el rey volvió al palacio. Al día siguiente le fue notificado que su sosías había muerto en un accidente de caza. Poco después de manifestar su deseo de acudir al funeral del posadero, el rey Umberto dejó de existir, abatido por tres disparos de un anarquista.

Un tal Hugh Williams:
El 5 de diciembre de 1664 un navío naufraga durante su travesía por el estrecho de Menay, en el mar de Irlanda. Uno solo de los sesenta y un pasajeros sobrevive, un hombre llamado Hugh Williams. Otro 5 de diciembre, el de 1785, otro barco se hunde en el mismo sitio. Y, de nuevo, se encuentra a un solo superviviente, un tal Hugh Williams. Finalmente, el 5 de agosto de 1820, caen en esas aguas 24 pasajeros de un velero perdido. Sólo un hombre se salvará; un hombre llamado... ¡Hugh Williams!

Winston Churchill:
Considerado como uno de los diez personajes más influyentes del siglo XX, el famoso primer ministro británico era propenso a las coincidencias y gracias a ellas salvó la vida en numerosas ocasiones. Durante la guerra de Sudáfrica huyó de los bóers, que le tenían prisionero en Mozambique, y fue a parar a una comunidad minera. Llamó al azar a una puerta y resultó que era la única casa en cuarenta kilómetros donde no lo entregarían, pues el propietario era británico. En la I Guerra Mundial, su trinchera fue destruida por un proyectil justo después de haberla abandonado. Su esposa Clementine cuenta que, en los años de la II Guerra Mundial, Churchill siempre entraba en su coche por la puerta derecha. Pero un día, durante un bombardeo, se detuvo, dio la vuelta y entró por el otro lado. En el trayecto hacia Downing Street, una bomba hizo levantar el coche del lado derecho. "¿Qué te hizo cambiar de opinión?", le preguntó la mujer. "Algo me ha dicho ¡detente!", confesó él. En 1943, el propio Churchill declaraba ante un grupo de mineros: "A veces tengo la impresión de que una mano orientadora ha interferido en mi vida".

Arthur C. Clarke y su intervención quirúrgica "anunciada":
El escritor famoso autor de 2001, una odisea del espacio, que predijo en sus novelas de ficción el uso del correo electrónico o de la telefonía móvil, contaba a los lectores del diario Locus, en 1991, una extraña coincidencia de la que fue protagonista. Acababa de recuperarse de una operación quirúrgica de próstata, a la que fue sometido en el University College Hospital de Londres, y durante la cual había sido conectado a tres tubos insertados en uretra, nariz y vena. Regresó a su casa de Sri Lanka y, de pronto, encontró una carta que le había escrito años antes su amigo J. B. S. Haldane en la que éste le decía: "Acabo de regresar de Londres, donde he sido operado en el University College Hospital, y me he despertado con tres tubos insertados en otros tantos lugares: uretra, nariz y vena".

Joyce y el Ulises:
Ningún novelista ha dado más importancia a las casualidades significativas que James Joyce. Más de cien aparecen en su obra Ulises, cuya acción abarca tan sólo un día en la vida de Dublín. Cuando comprendió que iba a morir sin terminar su novela Finnegans Wake, Joyce eligió a su amigo James Stephens para completarla, no por sus cualidades literarias, sino porque había nacido el mismo día que él, 2 de febrero de 1882, también en Dublín; y porque Stephens se llamaba James, como el propio Joyce.

Jefferson y Adams, tal para cual:
Thomas Jefferson, segundo presidente de EE UU, fue autor de la Declaración de Independencia de este país. John Adams, amigo suyo, fue el tercero y uno de quienes la promulgó. Ambos murieron el mismo año y día, 4 de julio de 1826, exactamente en el cincuenta aniversario del Día de la Independencia norteamericana.

Saltar la banca:
Charles Wells, el hombre que, contra toda probabilidad hizo saltar la banca de Monte Carlo en 1891, realizó dos apuestas idénticas sobre el rojo y el negro y ganó cada vez 100.000 francos. La tercera vez hizo su apuesta sobre el cinco, 35 contra 1, y ganó. Repitió cinco veces la operación y el cinco salió cinco veces, algo tan altamente improbable que puede considerarse imposible en la práctica. Wells retiró su dinero y se fue tranquilamente.

¿Salvados por Dios?:
Una célebre y múltiple coincidencia, publicada por la revista Life en 1950, es la del coro del pueblo de Beatrice, en el estado norteamericano de Nebraska. El ensayo estaba convocado para el 1 de marzo a las 7:20 de la tarde, pero ese día sus quince componentes llegaron tarde por las más diversas razones. La familia del pastor se retrasó porque tuvo que terminar la colada, a otro se le averió el coche, un chico tuvo que terminar los deberes del colegio, a una madre le costó despertar a su hija de la siesta, otro quedó absorto con un programa de radio. El retraso de todos ellos resultó un increíble golpe de suerte, porque un fallo de la caldera hizo que la iglesia estallara a las 7:25 de aquella tarde. Un matemático calculó que la probabilidad de que esta cadena de acontecimientos se debiese al azar era sólo una contra un millón.

Lincoln y Kennedy:
Un estudio de las vidas y muertes violentas de los presidentes Abraham Lincoln y John F. Kennedy, revela coincidencias muy significativas. El primero fue elegido presidente en 1860, y el segundo cien años después, en 1960. Ambos fueron asesinados de un disparo en la cabeza, un viernes en presencia de sus esposas. Los dos fueron sustituidos por un vicepresidente apellidado Johnson, que había nacido, respectivamente, en 1808 y 1908. El asesino de Lincoln nació en 1839 y el de Kennedy, un siglo más tarde, en 1939. Además, ambos magnicidas fueron a su vez abatidos antes de ir a juicio.

Presagios tenebrosos:
El famoso bandido Jesse James veía en sus sueños que un amigo le mataría por la espalda. Y así ocurrió. Estaba en Missouri, sentado en una silla y sin pistolas, cuando un amigo suyo le asesinó con un rifle que el propio Jesse le había regalado.

Devolución de favores:
Noche de junio de 1930. Allan Falby, policía motorizado de El Paso (Texas), persigue a un camión por exceso de velocidad. En una curva, su motocicleta choca contra el camión y Falby sufre la rotura de una arteria de su pierna derecha. Si Alfred Smith, el conductor del camión, no se hubiera parado para ayudarle, haciéndole un torniquete, Falby hubiera muerto. Una noche, cinco años más tarde, Falby se encuentra patrullando de nuevo cuando recibe un mensaje por radio: un automóvil a chocado contra un árbol en la Nacional 80. Llega antes que la ambulancia. El conductor está inconsciente. De una arteria abierta de su pierna derecha mana sangre abundantemente. Falby hace un torniquete y logra cortar la hemorragia. A continuación contempla el rostro de la víctima: es Alfred Smith.

Tragedia con suerte:
Treinta personas murieron cuando un tren de cercanías cayó desde un puente a la bahía de Newark, en Nueva York. Trágico accidente que, sin embargo, hizo ganar grandes sumas de dinero a los neoyorquinos: una fotografía del accidente aparecida en los periódicos mostraba el número 932 en el último vagón del tren siniestrado. Presintiendo que ese número tenía un significado, muchas personas apostaron aquel día al 932 en la lotería de Manhattan. Y ganaron.

La Llegada a la Luna:
La nave Apolón se posó en la superficie de la Luna. Tras varios pequeños brincos pudo estabilizarse. Se abrió su rampa y por ella descendió el comandante Armstrong para pisar por primera vez el suelo de ese mundo desconocido". Estas palabras no pasarían de ser una escueta y muy sucinta crónica de la llegada del Hombre a nuestro satélite de no ser por un "insignificante" detalle: fueron escritas en 1954. La cosa no es baladí. Nadie sabe qué se le pasó por la cabeza al sombrío escritor Lester del Rey para presentara en su editorial un manuscrito donde, por gracia de la casualidad imposible, se narraban hechos que estaban aún por llegar. Hay quien dice que el comandante astronauta Neil Armstrong, al leer aquella "novelucha" de insignificante tirada, se encogió de hombros. Él había sido, efectivamente, el primer hombre en dar el célebre "gran paso para la Humanidad" sobre la llanura de la Luna, tras bajar por la escalerilla del Apolo. Lo hizo en julio de 1969. Lo que nadie comprendía es por qué alguien lo había escrito quince años antes. Tecleando el futuro Ramón Felipe San Juan Mario Silvio Enrico Álvarez del Rey (1913-1993) era el nombre, o la ristra de nombres, del escritor que había tecleado el futuro. Tan escasos como eran sus lectores en la década de los cincuenta, pocos repararon en el detalle contenido en el interior de la primera edición de su novela Misión a la Luna. Lester del Rey, cumpliendo encargos para baratas colecciones de ciencia-ficción fue "profetizando" alguna que otra cosa durante su prolífica, aunque no muy exitosa carrera. Al final, y aunque la suerte le sonrió como editor, nunca quiso aclarar a sus seguidores el por qué de aquella casualidad. Hombre digno del género que cultivaba, se llevó el secreto a la tumba.

Gulliver y el espacio:
En la época de aquel librito, que por lógica se acabó convirtiendo en incunable de culto, el irlandés Jonathan Swift ya llevaba dos largos siglos instalado en el Olimpo de los escritores inmortales gracias, sobre todo, a una obra compleja y llena de insólitas revelaciones: Los Viajes de Gulliver. Gestada en 1726, ha llegado hasta nuestros días encorsetada en el género que los críticos llaman "literatura juvenil". Y craso error sería hacer caso de las filiaciones de estos sesudos. Las fantásticas crónicas de Swift son, en realidad, una especie de lobo con piel de cordero; un oscuro saco sin fondo donde se mezclaron ideas revolucionadas, datos científicos inauditos, sincronías Inexplicables y, sobre todo, coincidencias Imposibles de achacar al azar. Si hoy buceamos cuidadosamente por sus páginas encontraremos párrafos que nos harán pensar. Uno de los más enigmáticos dice lo siguiente:
"Se ven en el cielo dos estrellas menores o satélites que giran alrededor de Marte, tienen nombre de miedo y su Interior dista del planeta central tres veces su diámetro, en el caso de la primera, y el quíntuple en caso de la segunda... Swift agregaba que en ese planeta rojo los seres tenían un solo ojo en mitad del cráneo y que hasta él se llegaba a bordo de "montañas volantes repletas de lunas". ¿Fantasía? ¿Imaginación desbordada? Eso se pensó en su época, aunque hay que reconocer que un escalofrío recorrió el espinazo de los lectores cuando comprobaron, 156 años después, cómo el astrónomo Asap Hall descubría las dos lunas de Marte. Jamás vistas hasta entonces, fueron bautizadas como Fobos (espanto) y Deimos (terror), el nombre de los caballos del dios de la guerra. Para añadir más misterio e incomprensión, las distancias y proporciones descritas en los viajes de Gulliver eran... ¡exactas¡

El grumete y el naufragio:
Un ejemplo dramático y escalofriante es el protagonizado por el genial Edgar Alan Poe, maestro del mundo de terror y tinieblas. De vida marcada por el alcohol y el delirio, construyó una novela en la que una barcaza quedaba a la deriva con cuatro supervivientes del naufragio. Al verse sin salida, los Integrantes de aquel "bote hacia la muerte" deciden devorar al grumete, llamado Richard Parker -el más bajo en el escalafón de mando- para poder sobrevivir, Gracias a su carne, los "caníbales" logran resistir y llegar a buen puerto. El argumento de este capítulo de Las Aventuras de Gordon Pym, llamó la atención por lo macabro de una Imaginación desbordada. Sin embargo, 47 años después, ocurría algo frente a Cabo Verde que demostraba que Poe no se habla excedido un ápice en su Invención. La embarcación Mignonnete naufragó, quedando desahuciados cuatro hombres sobre un improvisado flotador en forma de tabla de madera. Tras vados días sin atisbar la costa, azuzados por el hambre, deciden comerse al más joven. Entre la prensa el hecho causa espanto; más aun cuando se descubre que la Infortunado víctima era el grumete. Un joven amable y rollizo que se llamaba Richard Parker.

El ingenio de Verne:
Julio Verne, otro hombre misterioso, también fue pródigo en estos "adelantos al tiempo". Profetizó Ingenios como el helicóptero, las bombas de fragmentación, el cine sonoro o los rascacielos. Esto es conocido popularmente. Sin embargo, hay otros datos que, por su exactitud, estremecen. Durante años los ha estudiado pacientemente el periodista y sociólogo Gregorio Doval, llegando a conclusiones asombrosas. El ejemplo clave de anticipación lo desarrolla Verne en su obra De la Tierra a la Luna, escrita en 1865. En ella, el francés llama Columbiad al proyectil con humanos dirigido a Selene. Ciento cuatro años después el módulo de la nave Apolo que completara la misión real llevaba el nombre de Columbia, con un peso muy similar al ideado por el escritor. La vigilancia del viaje del proyectil se realiza en la novela desde una imaginario telescopio gigante, con lente de cinco metros de diámetro, situado en las Montañas Rocosas. Dimensiones y ubicación real del gran radiotelescopio de Monte Palomar. El viaje en la obra de Verne se realiza a una velocidad de 40.000 km/h., consumándose el trayecto en 97 horas. En la realidad el Apolo XI viajó a 38.500 km/h y la singladura requirió 102 horas. Al reagreso, la nave real amerizó en un punto concreto del Océano Pacífico, lugar que distaba tan solo cuatro kilómetros del imaginado por Verne un siglo antes.

Odisea Cumplida:
Arthur C. Clark, autor de obras como 2001: Odisea en el espacio, fue un fiel seguidor del genial autor francés. Subyugado con esa "visión del futuro" se lanzó a vaticinar mundos lejanos en el tiempo. En uno de ellos, diseñó con su mente el funcionamiento exacto de una red de satélites de comunicaciones. 25 años después, muchos científicos repararon en el dato de que el autor de ¿ciencia-ficción? había descrito a la perfección no sólo la forma, sino las distancias y el funcionamiento de estas máquinas del espacio. En su honor, la órbita geoestacionaria situada a 42 kilómetros de la Tierra se bautizó con el significativo nombre de "órbita Clarke".

Twain y su muerte:
A Mark Twain pocos le hicieron caso. Su profecía tenía algo de siniestra y la gran fama que ya arrastraba sólo sirvió para que sus más allegados pensaran que todo se trataba de una pura excentricidad digna de un genio con ganas de más notoriedad. Sin embargo, él seguía empeñado en los últimos meses en vaticinar un hecho muy concreto. Huraño y preocupado, alejado del resto de los círculos intelectuales, barruntaba una única frase: "Yo nací con el cometa y me iré con él". No fue hasta muchos años después cuando algunos biógrafos descubrieron la increíble coincidencia. Twain había fallecido por muerte natural al terminar el 21 de abril de 1910, en el preciso instante en que era perfectamente visible el paso del c0élebre cometa Halley. Rápidamente muchos echaron atrás las páginas de almanaques y calendarios temiéndose lo peor. El viejo Mark había nacido un buen día de 1835, momento en el que el cometa, visible tan solo una vez cada 70 años, dejaba su estela sobre el cielo. Su vida fue un periplo exacto entre las dos llegadas del gran coloso errante del espacio.

De la ficción a la realidad:
De haberío sabido, David Jensen, protagonista de la sede El Fugitivo, hubiera procurado, muchos siglos después, no soñar aquella terrible escena. En una noche de pesadillas, el hombre se vio a sí mismo con un traje de alpaca negra y gruesa, con las manos cruzadas sobre el pecho y dentro de un viejo ataúd. Se escuchaban voces que, entre llantos, afirmaban que había caído fulminado por un ataque al corazón. Lógicamente impresionado, Jensen retrasó un nuevo rodaje para visitar a su médico de confianza. En la ciudad sanitaria le dijeron que no debía preocuparse: su organismo funcionaba como un reloj de precisión. Sin despejar del todo las tinieblas de su mente, el actor comentó a su familia el fatídico sueño y se acostó. A la mañana siguiente, un repentino infarto de miocardio lo dejaba postrado en el suelo. Llegó cadáver al hospital y a las dos jornadas reposaba con traje oscuro y las manos cruzadas sobre un ataúd entre el desconsuelo de sus colegas y allegados.

Dos incidentes sensacionales:
Agosto de 1883, hora de cierre del periódico Boston Globe. El redactor jefe, De Sampson, acaba de tener un sueño terrible que aún se refleja en el sudor frío que le recorre el cuello. Le ha parecido algo tan real que, haciendo una especie de guiño macabro, lo coloca como noticia en un perdido recuadro de páginas interiores. Es una broma de mal gusto que apenas nadie detecta y que dice así: "36.000 muertos tras la erupción de un volcán en la isla asiática de Pralape". La lógica bronca del director llegó al día siguiente. ¿Cómo era posible que un reportero experimentado hubiese publicado aquella sandez sobre un lugar ficticio? En un despacho de la parte alta del edificio se estaba especulando la multa o despido de Sampson cuando llegó una noticia referente a lo publicado en el Boston Globe. Varios investigadores e historiadores, sorprendidos por la noticia, demostraron con datos y viejos legajos en la mano cómo hacía unos siglos que un gran volcán había destruido la isla indonesia de Krakatoa, arrojando un balance de víctimas igual al soñado por el redactor. Sorprendente ¿verdad? Pero lo más intrigante estaba por llegar. Un nuevo informe universitario sentenció que los hechos ocurrieron a mediados del siglo XVII. En el momento de la erupción la isla tenía otro nombre, sólo conocido en lengua indígena: Pralape.

Útil:
El actor Anthony Hopkins estuvo buscando a lo largo de su vida una novela de George Feifer sin encontrarla hasta que, de repente, vio un ejemplar abandonado en el metro. Durante el rodaje de una película basada en esa novela, aquella resultó ser la única copia -repleta de anotaciones- que le quedaba al autor; un amigo a quien se la prestó la había perdido en el metro.

El Titanic y el Titán:
Morgan Robertson escribió en 1898 una novela en la que describía el primer viaje de un gran transatlántico llamado Titán y que se consideraba "insumergible". Aquel barco se hundió una noche de abril después de chocar con un iceberg en el Atlántico. Catorce años después, el Titanic naufragó en idénticas circunstancias a las escritas por Robertson, cuyo ficticio buque poseía numerosas características parecidas a las del Titanic.
En 1935, William Reeves -quien nació el mismo día que desapareció el Titanic- hacía guardia en el Titanian. Atacado por un presentimiento ordenó detener el barco cuando llegaron al mismo lugar donde se habían hundido los otros dos; gracias a ello no fueron arrollados por un iceberg.

Numéricas:
El compositor Richard Wagner nació en 1813. Su nombre tiene 13 letras. Escribió 13 óperas. Los números de su año de nacimiento suman 13. Encontró su vocación musical un 13 de octubre. Sufrió 13 años de destierro. Terminó Tannhauser un 13 de abril y dejó de ser tocada el 13 de marzo de 1845, tras su fracaso en París, fue repuesta el 13 de mayo de 1895. El teatro de Riga (allí se presentó como director de orquesta) se inauguró un 13 de septiembre. La casa donde se llevaban a cabo sus festivales en Bayreuth fue abierta un 13 de agosto y el último día que pasó en ella fue un 13 de septiembre. Wagner murió el 13 de febrero de 1883, decimotercer año de la unificación de Alemania.

Nombres Coicidentes:
En 1911, tres hombres apellidados Green, Berry y Hill fueron ahorcados en Londres acusados de asesinar a Sir Edmond Godfrey en su residencia de Greenberry Hill.