Existen leyendas urbanas muy extendidas en torno a la ciencia (beber más de 8 vasos de agua al día o aquello de que el pelo y las uñas crecen tras la muerte). Sin embargo, estas leyendas no son una estafa; no es ciencia gaya. Simplemente, de alguna forma, un mal concepto científico se había hecho popular como legítimo. Pero no siempre es así...
Sin embargo, y por mísera desgracia, no siempre es así y, efectivamente, algunos científicos que pudieron destacar, o no, por su brillante participación en ciencia seria, ciencia sana, ciencia honrada, se echaron a perder por tomar algún atajo en la historia o por el motivo más viejo del mundo, como es el egocentrismo, narcisismo científico o, incluso, algo más práctico, el motivo económico que, aunque no el más viejo del mundo, sí el más frecuente últimamente. ¿Qué casos de fraudes científicos podemos destacar?
Como no podía ser de otro modo, empezaré por el señor “juanito”, bueno, en realidad Woo Suk Hwang, un gran científico surcoreano que, por un quítame de ahí esos clones, pasó de la noche a la mañana de ser héroe nacional a villano (eso sí, según parece, con algún que otro millón de más en su cuenta bancaria…).
Woo-Suk Hwang
Su trabajo publicado en la revista Science sobre el establecimiento de la primera línea humana de células embrionarias clonadas, mereció un puesto destacado entre los diez mejores logros científicos del 2004 (mejor, incluso, a lo ocurrido en 2007 con la obtención de células madre pluripotentes a partir de células humanas de adulto). En el 2005, su investigación nuevamente sobre la clonación humana y el establecimiento de nuevas líneas celulares obtenidas, esta vez, de once pacientes con diferentes patologías, volvió a publicarse en Science y elevó definitivamente a “juanito”, miembro de la Universidad Nacional de Seúl, a la categoría de héroe nacional. Un año más tarde, el héroe se transformó en ídolo de barro; los trabajos mencionados anteriormente no fueron más que un fraude vil y rastrero.
Abandonado por colaboradores, compañeros de su universidad y, por supuesto, la opinión pública mundial, este científico que, a pesar de todo, ha realizado grandes aportaciones a la investigación con células madre, se ha pasado los últimos años tratando de eludir la cárcel. ¿Por qué lo hizo o, por lo menos, por qué lo hizo tan descaradamente? Unos dicen que para poder embolsarse hasta 6 millones de euros (quizá las malas lenguas) con proyectos e inversiones millonarias, patentes, “royalties”; otros, por apuntalar algunos resultados que se le resistían antes de que lo hicieran otros laboratorios. Finalmente, otros muchos sugieren que su único intento fue el de atajar en su supuesto camino hacia el Nobel.
Como aparece en cierto libro de literatura fantástica (también llamada sagrada), el científico que esté libre de pecado… que tire la primera piedra… o pipeta en este caso… El que más o el que menos, en algún momento de su carrera científica ha recurrido al socorrido “punto gordo” para cuadrar alguna gráfica, o ha ignorado intencionadamente alguna raya (banda en el argot técnico) en alguna fotografía de electroforesis de proteínas, simplemente por no poder darle una explicación satisfactoria; o explicación, a secas… No obstante, la gran inmensa mayoría de los científicos creemos en nuestro trabajo, en la seriedad de los experimentos y en los métodos ortodoxos de investigación y comunicación. Sin embargo, como ocurre con las nueces, son los pocos científicos “vacíos” de escrúpulos los que más ruido hacen.
Por supuesto, el caso de Woo Suk Hwang no ha sido el primer escándalo de la ciencia; ni siquiera el más popular. El deseo imperioso por ser el primero, marcar un hito científico, no dejar escapar el trabajo de muchos años y, de paso, darse a sí mismo y a su país el orgullo, honor y los beneficios económicos asociados al hallazgo científico, llevaron a Robert Gallo, del Instituto Nacional del Cáncer en Bethesda, EEUU, experto en retrovirus, a apropiarse de parte de los descubrimientos sobre el VIH de su colega del Instituto Pasteur de París, Luc Montagnier. Acusaciones de robo, falsificación de datos y mentiras cruzaron el Atlántico a lo largo de los ochenta, llegando a involucrar a los presidentes de ambos países, Reagan y Chirac. Finalmente, el propio Gallo tuvo que admitir que, “probablemente”, algunos cultivos de su laboratorio fueron contaminados con la muestra viral enviada por su colega galo (si me permitís el juego de palabras...). Ya daba igual; ningún país quiso renunciar al suculento trozo del pastel que representaban los millonarios derechos económicos de los ensayos de diagnóstico, por lo que, en 1987, se llegó al acuerdo de presentar a ambos científicos como codescubridores, al 50%, del virus causante del Sida. Sin embargo, científicamente resultó tremendamente decepcionante que Robert Gallo, que había descrito varios tipos de retrovirus relacionados con leucemias y otras enfermedades humanas y predicho la posible naturaleza retroviral del VIH no supiera estar a la altura ética necesaria cuando otro científico, seguramente basándose en los trabajos previos del estadounidense, dio con el agente etiológico del terrible síndrome. Al fin y al cabo, por encima de un gran científico, siempre habrá un ser humano, que no tiene por qué estar a su misma altura.
Además de estos ejemplos, la historia nos ha ofrecido diversos, aunque proporcionalmente insignificantes, casos de intento de fraude científico, algunos de ellos tan grotesco como el cráneo humano parcialmente pulido y unido a unos dientes de simio (el primer hombre moderno que usó dentadura postiza al parecer...) que Charles Dawson, arqueólogo aficionado, y Smith Woodward, del British Museum, presentaron en 1912 como el auténtico eslabón perdido en la evolución humana con el nombre de “Hombre de Piltdown”, pueblo inglés donde comenzó todo... Al parecer, lo que durante más de 40 años fueron los restos arqueológicos que, literalmente, supusieron la constatación del famoso eslabón perdido entre simio y humano, resultó ser, más bien, un collage puesto intencionadamente en las excavaciones por Charles Dawson, según afirman muchos “cazafraudes” profesionales, compuesto por la parte superior de una calavera humana unida a una mandíbula de simio, concretamente orangután. Lo más curioso fue que durante más de cuatro décadas, el fraude prosperó y formó parte de la información de los libros de texto donde se hablaba del eslabón perdido con nombre y apellidos: Eoanthropus dawsoni, con una supuesta edad de más de 500.000 primaveras.
Hombre de Piltdown
En una situación parecida podríamos mencionar al arqueólogo japonés Shinichi Fujimura, que en 1981 se hizo famoso por descubrir las cerámicas más antiguas de Japón (más de 40.000 años). Es curioso que a excavación donde iba este señor, cazo japonés antiquísimo que aparecía. En cambio, si él no iba a “la obra”, nada, ni una pegatina de Godzilla. Incluso se jactó de haber descubierto restos de civilizaciones niponas de más de medio millón de años de antigüedad. Y claro, ya se sabe, tanto va el cántaro a la fuente, en este caso casi literalmente, que al final… te pillan. Al señor Fujimura, le pilló un fotógrafo, en el año 2000, con las manos en la masa; vamos, colocando objetos para luego decir que los había descubierto. Esto sí que es entrar en el nuevo milenio con mala pata…
Algunos de los fraudes, incluso, pudieron causar mucho más daño que una simple injusticia histórica. Por ejemplo, no hace mucho, en 1998, una publicación en la prestigiosa revista The Lancet, reportada por un grupo inglés, relacionaba la vacuna tripe vírica con la aparición de los síntomas del autismo. Cuando se descubrió que estos investigadores habían sido sobornados para falsificar sus datos, ya había descendido el número de niños vacunados, con el evidente peligro que esto supuso.
Retrocediendo más de 70 años en el tiempo, uno de los más importantes biólogos de la primera mitad del siglo XX, Paul Kammerer, puso en entredicho la teoría de la evolución de Darwin, donde mutaciones al azar van adaptando un ser vivo a su entorno, al afirmar que unos sapos parteros (sí, han oído bien, sapos…) obligados a aparearse en el agua, tal y como hacen las ranas, tenían “cachorrines parteros” con adaptaciones en sus dedos traseros al más puro estilo Jean-Baptiste Lamarck y su obsoleta teoría de “la función crea el órgano”. El propio Kammerer, descubierto por un herpetólogo del Museo Americano de Historia Natural, contaba, poco antes de su muerte, el fraude cometido: inyectaba tinta china en los dedos traseros para simular la aparición de unas espinas especiales que supuestamente le serviría al macho para agarrarse a su señora durante el coito. Sofisticado, pero estúpido.
Otros anuncios científicos que cada vez tienen menos visos de ser ciertos harían referencia al anuncio del geólogo británico Simon Day, en 2000, de que el volcán Cumbre Vieja (que por cierto, conocí en mi viaje hacia Fuencaliente y el Teneguía) iba a fracturar la isla bonita (la Palma, para los que no estén informados o que no conozcan la famosa canción de Madonna...) provocando olas oceánicas de hasta 600 metros de alto. También podríamos mencionar la supuesta fusión fría (que hubiera supuesto la solución definitiva al problema energético en el mundo), anunciada en 1989, en la Universidad de Utah (EE.UU.) por los científicos Stanley Pons y Martin Fleischmann o la famosa “memoria del agua” anunciada en Nature donde se comentaba, sorprendentemente, que podríamos diluir una molécula en agua hasta hacerla desaparecer materialmente, porque su “huella” en el líquido seguiría provocando algún efecto.
Vía: Jose Antonio Lopez
Fraudes en la ciencia
Publicado por Daniel 11:23
Etiquetas: ciencia, miscelanea