Los Médicos Nazis = Agentes Exterminadores

Dr. Mengele


El sadismo imperò en la medicina del règimen nazi. El nacionalsocialismo se valió de los conocimientos científicos y técnicos que había desarrollado Alemania para perfeccionar sus sistemas de asesinato masivo. Bajo las órdenes del Reich se realizaron experimentos con los prisioneros en los campos de concentración que llegaron a extremos de crueldad y horror

"No era medicina. Era puro sadismo". Con esas palabras el periodista estadounidense William Shirer describió la actuación de los médicos nazis durante la Segunda Guerra Mundial. El régimen que lideraba Adolfo Hitler se sirvió de los conocimientos técnicos y científicos que había alcanzado Alemania para perfeccionar los sistemas de exterminio masivo que tenían como objetivo principal la eliminación de millones de seres humanos considerados inferiores por el Reich.

Pero además utilizó a los prisioneros en los campos de concentración para realizar experimentos médicos de tal crueldad, que han escrito una de las páginas más oscuras en la historia de la experimentación científica.

Todavía provoca estremecimientos de horror el nombre de Josef Mengele, el temible "ángel de la muerte" del campo de concentración de Auschwitz, que entre mayo de 1943 y enero de 1945 escogió sistemáticamente a cautivos para someterles a todo tipo de pruebas, que implicaban la tortura y el asesinato, con la excusa de encontrar respaldo para las teorías pseudocientíficas del régimen nazi.

Sin embargo, no era el único. Otras decenas de médicos se prestaron para realizar experimentos con seres humanos o para contribuir al diseño de los sistemas de exterminio masivo con inyecciones letales o gases mortales y otros miles conocían de esas experiencias. "En 1941, más de 40% de los médicos alemanes estaban inscritos en el partido nazi", señala el neurólogo venezolano Jaime Segal, quien se ha dedicado a estudiar el tema.

Vidas que no merecen vivir

Las semillas para el genocidio que ejecutaron los nazis estaban plantadas en Europa mucho antes del estadillo de la Segunda Guerra Mundial, señala Segal.

"Las muertes masivas que ocurrieron en la Primera Guerra, ya era una premonición de la enfermedad que infestaba al mundo occidental", agrega. Abraham Zylberman, en un texto publicado en la web por la Fundación Memoria del Holocausto, concuerda en que el antisemitismo estaba profundamente arraigado en Europa y que la campaña nacionalsocialista con la que Hitler llegó al poder no lo ocultada.

"El hecho de que fueran capaces de predicar un antisemitismo tan abierto antes de su ascenso al poder, indica cuán arraigado estaba ese prejuicio social en Europa central".

La fuente ideológica de la que se alimentaba el nazismo, mezcla arbitraria del evolucionismo darwiniano con corrientes filosóficas que defendían la superioridad germana, suena totalmente disparatada en estos días. Sostenía que la raza aria provenía del norte de Europa y que había sido el origen de las grandes civilizaciones de Egipto, Persia, India, Grecia y Roma, pero que había degenerado al mezclarse con "razas inferiores".

"Este mítico concepto justificaba el derecho de los nazis a dirigir a los alemanes y el de los alemanes a dirigir a los eslavos. Esto implicaba, asimismo, que no hubiera igualdad entre razas o individuos humanos, que para Hitler era una norma natural inquebrantable", señala Zylberman. Las primeras víctimas de esta "ideología biomédica", recuerda Segal, fueron los propios alemanes.

En 1920 se publicó un texto que se ha vuelto clave para entender los sucesos posteriores El permiso para destruir las vidas que no merecen ser vividas, de Karl Binding y Alfred Hoche, en el que los autores sostenían que esos asesinatos debían considerarse "un tratamiento y un trabajo curativo". La aprobación de leyes que usaban términos eufemísticos como "tratamientos especiales" o "acción especial" para promover la eugenesia, condujeron a la muerte a personas con discapacidades físicas e intelectuales. La labor tenía como fin último la "purificación" del material genético ario. "Así comienza a transformarse una profesión que iba destinada a curar en una acción asesina", dice Segal.

Según la web del Museo Memorial del Holocausto de Estados Unidos, una vez que Hitler autorizara, en 1939, las "muertes por piedad", comenzaron a trasladarse a instituciones especiales a personas a las que se declaraba desahuciadas. Entre ese año y 1945 "unas 200.000 fueron asesinadas en programas de eutanasia". La cifra incluía a 5.000 niños y niñas con enfermedades de nacimiento, cuyos certificados de defunción eran falsificados para ocultar la causa de su muerte a sus padres.

Pesadillas de laboratorio

Los testimonios, orales y escritos, que se recogieron después del fin de la Segunda Guerra Mundial, permitieron a los historiadores describir los sórdidos experimentos que ocurrieron en los campos de concentración.

Para Shirer, autor del texto Auge y caída del III Reich, "la utilización de los detenidos de los campos de concentración y de los prisioneros de guerra como cobayas aportó muy poca cosa -si es que aportó algo- a la ciencia".

Los nazis utilizaron sin ninguna ética a los judíos que habían encerrado en campos de concentración, pero también a deportados polacos, pesos de guerra rusos y alemanes. "Se encerraba a los prisioneros en cámaras especiales y se les sometía a ensayos de alta presión hasta que dejaban de respirar. Se les inoculaba el tifus y la ictericia de Weil. Se probaba en ellos proyectiles envenenados y gases".

En el campo de concentración de Ravensbruck, se usaba a las prisioneras polacas para estudios sobre gangrena ósea, documentó el periodista. En Buchenwald se llegó a medir cuánto tiempo sobrevivían mujeres gitanas a las que se alimentaba exclusivamente con agua salada.

En Dachau, el médico Sigmund Rascher condujo experiencias siniestras en las que sometía a prisioneros a condiciones de presión y de temperatura en las que no sobreviviría ningún ser humano y tomaba nota detallada de su agonía.

Territorio de muerte

Algunas de las páginas más oscuras de esta historia se escribieron en el campo de concentración de Auschwitz, bajo la dirección de Mengele. Obsesionado con la pureza racial, el médico y antropólogo no tenía reparos en realizar experimentos que causaban terribles sufrimientos y podían desembocar en la muerte de los niños y adultos que trataba. "Más de 250 parejas de gemelos, en su mayoría niños, fueron sometidas a sesiones en las que se les ataba con correas a frías mesas de mármol y a continuación procedía, generalmente sin anestesia, a manipularles la columna vertebral y a inyectarles los ojos o los órganos internos", narra César Vidal en una crónica para El Mundo de España.

Los experimentos conducidos por Mengele superan cualquier pesadilla de una cámara de los horrores. El, y otros colegas se prestaron para desarrollar y probar los métodos de exterminación masiva con los que mataron a millones de personas, las inyecciones letales directo al corazón, el uso del monóxido de carbono y los gases. Los fusilamientos, recuerda Segal, fueron desechados por el régimen nazi, paradójicamente "porque 20% de los soldados que participaban en ellos sufrían posteriormente problemas psicológicos".

"Las experiencias científicas de los nazis demostraron, como nunca en la historia, que la ciencia no es neutral", apunta Ludwig Schmidt, investigador del área de bioética de la Universidad Católica Andrés Bello. Segal señala que Jay Lifton, luego de investigar durante más de 25 años el problema del genocidio, de entrevistar a médicos alemanes que participaron de él y a sobrevivientes del Holocausto planteó en su libro Los médicos nazis, que quienes participaron de esos actos temibles "nunca se plantearon el problema moral que significa matar gente".

Fueron imbuidos en un sistema burocrático en el que delegaban su responsabilidad y se limitaban a cumplir órdenes, y estaban adoctrinados por una ideología racista que los habían convencido de que solo actuaban a favor del bien futuro de la Humanidad y que eliminaban algo comparable a "una plaga".

"Eran, a fin de cuentas, hombres banales ejecutando actos demoníacos", señala Segal. El venezolano Rafael Aguiar, presidente de la Asociación Mundial de Derecho Médico, señala que no hay que perder de vista esos sucesos. "Sin una poderosa coraza ética, los médicos pueden volver a incurrir en esos mismos crímenes".

Segal, oriundo de Rumania, estuvo en el campo de concentración ucraniano de Tivriv donde murieron dos de sus abuelos. Sin embargo, encuentra la suficiente serenidad para admitir que probablemente nunca conoceremos a fondo las motivaciones que convirtieron a los médicos nazis, algunos eminentes, otros grises, en agentes exterminadores. "Hay que admitir que ciertos eventos eluden nuestro entendimiento y, para evitar el reduccionismo psicológico, hay que aceptar que una comprensión parcial es lo mejor a lo que podemos aspirar en esos casos".

Condenas y códigos

Durante los juicios de Nuremberg, un puñado de médicos nazis fueron condenados a penas que incluyeron la horca, cadena perpetua o años de prisión.

Sin embargo, muchos de los involucrados en el genocidio continuaron sus carreras. El temible Josef Mengele se convirtió en fugitivo de la justicia y murió en 1979 en Brasil.

Los testimonios de las víctimas y de los testigos de los crímenes cometidos por médicos en las crueles investigaciones de los campos de concentración dejaron, sin embargo, un legado: el Código de Nuremberg, que regulaba la experimentación en humanos. El texto reconocía que esas aberraciones "no fueron acciones aisladas o casuales de médicos o científicos que trabajaban aislados o por su propia responsabilidad, sino que fueron el resultado de una normativa coordinada al más alto nivel de gobierno".

El código estableció desde entonces que lo éticamente aceptable es que haya consentimiento voluntario del sujeto de experimentación; que el resultado del experimento debería prometer resultados beneficiosos; que debía diseñarse sobre experimentación en animales previamente y que debían tomarse las medidas necesarias para evitar el riesgo, la lesión o la incapacidad de los sujetos que participaban en las experiencias.